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Mostrando las entradas de septiembre, 2004

Barthes poète

No me he podido librar de estas palabras de Barthes: Me instalo solo, en un café: vienen a saludarme; me siento rodeado, solicitado, halagado. Pero el otro está ausente; lo convoco en mí mismo para que me retenga al margen de esta complacencia mundana, que me acecha. Apelo así a su “verdad” (la verdad de la que él me da la sensación) contra la histeria de seducción en la que siento deslizarme. Hago responsable a la ausencia del otro de mi mundanidad: invoco su protección, su regreso: que el otro aparezca, que me retire, como una madre que viene a buscar a su hijo, del brillo mundanal, de la infatuación social, que me restituya ‘la intimidad religiosa, la gravedad’ del mundo amoroso. (Fragmentos, 49) Quiero oir comments de esto, por favor.

Otra vez

Quizás lo más increíble de todo es el paso del tiempo. Desde hace algo más de un año venía con la idea fija de irme de Colombia. Y pensaba en ese entonces que me iría en este entonces, y entre el ese y el este contemplaba tres eternidades, convencido de que el tiempo de demora en pasar, y que todavía me quedaba tiempo para todo. Acaban de abrir, en la esquina de la novena con 82, una nuevo bar: se llama "El Tenderete", y creo que tendrá música en vivo. Ahora pienso: no tuve tiempo suficiente para visitarlo. Sólo espero que les vaya bien, y que pueda conocerlo en las vacaciones de verano del próximo año. Ahora pienso: sin darme cuenta (o bueno, un poco, solamente un poco), llegó la fecha del viaje. Creí que no iba a llegar nunca, y ya está, a tres días. Supongo, siguiendo esa misma línea, que será igualmente sorpresivo el momento en el que caiga en cuenta que estoy tan solo a tres días de volver definitivamente a Colombia.

Bogotá

Bogotá me está despidiendo con días soleados, aquellos que nuestros antepasados nunca tuvieron (¿debería llamarlos "nuestros", siendo que mi familia entera viene de Manizales?). Alguna vez García Márquez escribió que en Bogotá no ha dejado de caer una leve llovizna desde el siglo XVII. Y no. Estos días han estado amarillos, y siempre me ha fascinado el contraste de la luz solar con el color del ladrillo. Esa es, sin lugar a dudas, una de las firmas bogotanas. Ahora bien, en cuanto a despedidas, jamás he sabido qué es mejor, si un día lluvioso o un día soleado. Los dos tienen su encanto poético: la lluvia nos recuerda la melancólica nostalgia de un pasado vivido, mientras que el sol nos hace ir con un poco de nostalgia por lo que se deja. Quizás la diferencia está, entonces, en la nostalgia que pueden eventualmente crear tanto el sol como la luna, tanto el día como el sol. Libre de maquinaciones estéticas o discusiones estilísticas, la verdad es que me voy dentro de cinco dí

Joyces' Portrait, Chapter IV

He was alone. He was unheeded, happy and near to the wild heart oflife. He was alone and young and wilful and wildhearted, alone amid awaste of wild air and brackish waters and the sea-harvest of shells andtangle and veiled grey sunlight and gayclad lightclad figures ofchildren and girls and voices childish and girlish in the air. A girl stood before him in midstream, alone and still, gazing out tosea. She seemed like one whom magic had changed into the likeness of astrange and beautiful seabird. Her long slender bare legs were delicateas a crane's and pure save where an emerald trail of seaweed hadfashioned itself as a sign upon the flesh. Her thighs, fuller andsoft-hued as ivory, were bared almost to the hips, where the whitefringes of her drawers were like feathering of soft white down. Herslate-blue skirts were kilted boldly about her waist and dovetailedbehind her. Her bosom was as a bird's, soft and slight, slight and softas the breast of some dark-plumaged dove. But her

Cigala

Hay algo en la voz de El Cigala que me desgarra por dentro. Siento nostalgia por parajes jamás apreciados, siento melancolía por cinturas nunca abrazadas con el fuego de la ternura. O quizás es su apariencia como tal: tuve oportunidad de ver su DVD con Bebo Valdés, a eso de las tres y cuarto de la madrugada, luego de un par de rones en La Heróica. Fue como si el DJ supiera lo que me amparaba el destino, como esos chamanes amazónicos que antes de saludar dicen Desde siempre supe que vendrías, ya que no habíamos tomado el siguiente ron y el pelo oscuro de Diego, sus ojos entrecerrados como esperando una tormeta melódica, y las manos de algodón de Valdés me recordaron todas aquellas cosas que aún no conozco, la lista que no me ha sucedido, el cantaor en mí que jamás he conocido.