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Mostrando las entradas de 2007

Now is the winter of our discontent

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Aún no logro acostumbrarme al cambio de las estaciones. Siento que domino el espacio hasta el momento en que el sol cambia de color, es necesario llevar un saco, el gris predomina. Es entonces cuando soy más consciente que nunca del tiempo, de su paso y de su acontecer. Y no solo es el cambio de colores naturales o de fachadas de edificios, sino el cambio de aquello que define la modernidad de una ciudad: la moda. Es necesario cambiar de posición las prendas del armario, guardar en el fondo del armario o dentro de una caja al fondo del armario las chanclas que acompañaron, y también las sandalias del otoño. El guardarropa de la entrada vuelve a ser visible, y las pantalonetas se ahogan entre ropa de lana al fondo del cajón. Y con todos estos complementos también cambian los objetos encontrados de las calles: ya no son camisetas sino bufandas, ya no es una sandalia solitaria sino un gorro maltrecho. También, sobre todo, es la pareja de guantes. Su aparición es inmediata. En todas part

Un rostro irrepetible

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Hace poco leí, no sé si en una novela corta de Nerval, que cuando alguien muere desaparece un rostro irrepetible. Me quedó sonando esa idea, sobre todo en relación a los sueños (quizás por esto tengo la impresión que la leí en Aurelia , pero no estoy del todo seguro). Pensé en todos los rostros irreconocibles con los que he soñado, así fueran de personas desconocidas o conocidas (la lógica de los sueños que reemplaza un nombre conocido con un rostro extraño). Entonces se me vino a la mente un proyecto imposible que a su vez podría demostrar una idea también imposible: crear una base de datos de imágenes de todos los rostros del mundo, y clasificarlos por categorías precisas, dependiendo de cada uno de sus rastros (ojos separados, nariz aguileña y pelo bermejo, orejas que recuerdan alpes o mejillas sonrosadas como las de Briseida, etc.). Al despertar de un sueño en el cual apareció un rostro desconocido, poder buscarlo y saber si ese rostro efectivamente existe. Sería increíble poner un

Una buena salida

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Una buena salida de casa: decides recurririr al camino más largo a pesar de tomar un transporte público, subiéndote lejos de tu casa y bajándote lejos de tu destino. Encuentras el cartel de una conferencia que jamás hubieras imaginado ir, llamas a reservar dos cupos, y te informan que son los últimos. La música suena bien, y eso que la estás escogiendo tú mismo, liberado como no estabas desde hace mucho del shuffle, y el clima te recuerda el bogotano y la brisa es fría, purificadora, y los andenes están concurridos y jamás imaginaste bajar por esa calle mirando hacia todas partes, caminando hacia el trabajo, con la convicción profunda de que vas hacia un lugar mágico. Entonces antes de entrar en el vagón del metro un niño serio te sonríe, y jamás habías pensado, siquiera imaginado esa vieja frase de “cuando un niño sonríe una ciudad nace en alguna parte del mundo”, pero es precisamente lo que sientes mientras su madre desciende del vagón empujando el stroller, el niño apenas tiene dien

El viajero sin rostro

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Pierre Sansot, en un apartado de su Poétique de la ville , describe con una lucidez asombrosa la llegada del viajero solitario a la estación de tren. Mientras que los viajeros que son esperados por familiares o amigos, el viajero sans visage goza de una soledad exquisita para poder caminar por la ciudad, siempre acompañado de su pequeña maleta . Esto lo convierte en un eterno viajero, no como un promeneur que atraviesa la ciudad con un destino fijo. Sin embargo, le es necesario, en un momento, dejar la maleta en otras manos, y así pasa a ser como cualquier otro. Me gusta pensar en ese momento de soledad, justamente mientras intento recordar las veces que he llegado solo a alguna estación de tren, sin tener nadie a quien saludar una vez desciendo del vagón. Llegar en avión es diferente, la ciudad se ve a lo lejos como un punto diminuto desde la ventanilla, y lentamente la vamos viendo más y más grande, hasta que se enciende la luz, nos abrochamos en cinturón, y de repente estamos en

Lluvia en Bogotá

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Durante este fin de semana cayó en Bogotá la más violenta y larga granizada de los últimos 30 años. Desconocía esto en el momento en que ingresé a la página de El Tiempo , y me topé de frente con la galería de fotografías enviadas por lectores a lo largo y ancho de Bogotá. Mientras pasaba las fotos, reconocía no estar viendo Bogotá, a la vez que había algo en el blancor del ambiente, del verde de los árboles y ese gris de los andenes que me hizo sentir en casa de nuevo. Sin embargo, había un elemento ajeno, un elemento prácticamente desconocido, que era el del paisaje nevado. Mientras veo las fotos, no pienso en granizo, sino que pienso en nieve; y no pienso en una ciudad alemana o nórdica en invierno, que es precisamente lo que creo que es la foto, sino que pienso que Bogotá estuvo sujeta más bien a una granizada mitológica, y en esta medida cambió sus paisajes y colores de contraste por la más blanca y nívea tonalidad. Bogotá, lo sé claramente, tiene su propia mitología, su propia me

Dedaliana (II)

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No hace mucho, en el bus, sentí un olor particular. No pude reconocer qué olor era precisamente, pero sí sabía que ya lo había sentido en alguna otra ocasión. Pero me llegó a la mente no el “referente” de ese olor, sino un olor que ese olor me recordaba. Ahora que veo escrita la palabra, goza de una extrañeza sin precedentes: olor. Si hubiera escrito color , esa palabra tendría un color en particular: el negro de la letra del computador. Sin embargo, escribir olor no comporta ninguna acción performativa, en la medida en que es neutra, no propicia a una combinación de lenguajes. Al principio, el olor que sentí era desconocido, pero ya pasando la calle Trafalgar lo reconocí como una aroma de vainilla. Pero al reconocer el referente del olor—la vainilla—, olvidé el otro olor que estaba tratando de recordar, que era el que realmente me llamaba la atención, quizás porque me conectaría con alguna persona que hacía mucho no veía, o con una situación en particular. Sé que la persona o la sit

El llanto amoroso

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El llanto impide la comunicación. Al igual que su hermana contraria, la ira, transforman el cuerpo en un sistema mudo verbalmente, porque no podemos ir más allá de los gestos físicos. Nunca me ha gustado que la persona con la que estoy hablando llore, porque es sacarme de cuajo de la situación en la que estábamos. Y me sucedía igual con los estudiantes: cuando lloraban, sentía aún más disgusto por lo que ha sucedido. Pero el llanto desconocido es triste, terriblemente triste. Últimamente, caminando por distintas calles de Barcelona, me he encontrado con más de tres mujeres llorando, algunas en situaciones puntuales, otras envueltas en un estado irreal. Por la Calle Doctor Dou vi a una pareja tomando un café. Luego de tres frases, el llanto desconsolador de la mujer, impidiendo efusivamente que el hombre la toque, siquiera la acaricie en el antebrazo izquierdo. Esa situación invita a la ensoñación ajena, empezamos a imaginar líneas de conversación, la convicción profunda del hombre por

Pequeñísima oda al cassette

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Salgo a buscar un cassette (o cinta, como se le quiera llamar) para grabar, como lo vengo haciendo desde un par de meses, unas conversaciones con un profesor de la universidad. Entro en la primera papelería, y el encargado niega rotundamente con la cabeza: “Las vas a tener mal comprando eso. Lo dejaron de hacer.” Me niego, de inmediato, a creerlo. El cassette tiene desde hace bastantes años su muerte anunciada, pero aún así siempre he tenido la tranquilidad de tenerlo cerca cuando quiero comprar uno. Mi regreso al cassette se debe a las conversaciones que vengo grabando. Dejé de pensar en él durante mucho tiempo, años, primero cuando pasé al cd y luego al mp3, de una manera infame y casi grotesca. Pero cuando lo sentí perdido para siempre, recordé mis mañanas en el colegio, con un walkman amarillo Sony de dos pilas doble A, y un cassette esperando en el bolsillo de la maleta. Recuerdo los equipos de sonido que grababan los cassettes a doble velocidad, y era una multiplicación inverosím

El azul del cielo

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Siempre creí que el color tenía la imposibilidad de no poder ser representado en objeto alguno, y eso que más de una vez he intentado imaginar un mundo privado de luz-tanto natural como artificial-, donde no haya reflejo en los objetos, sumidos en una invisibilidad cromática, aterradora. Creí que el color puro no era más que un concepto y una manera de ser pensado. Recuerdo una vez, hace muchos años, que le preguntaba a una amiga del colegio que si le sucedía lo mismo que a mí: al mirar el cielo, no veía nada, así viera solamente color . Esto lo dije hace muchos años, pero aún tengo esa misma idea: no veo nada, porque mi ojo de nada se puede aferrar . Al ver el cielo, sólo veo color: no estoy viendo las estrellas, porque entonces imagino algún astro luminoso vidas de kilómetros de la tierra; no veo el reflejo de la luz esclarecedora del otoño entrar por mi ventana, porque entonces estaría viendo mi ventana o mi escritorio iluminado. No, esto corta la visión de saco. Al sólo ver color,

Olvidándome de la academia II: un cuento de 1996

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En 1995 gané un concurso de cuento de un colegio de Bogotá. Al año siguiente, volví a participar, pero esta vez con menos suerte. Sin embargo, repasando estos textos, por alguna razón me siento más afín con éste: quizás porque menciono elementos que, tiempo después-léase: en presencia de la academia- retomé de una u otra manera. Leyendo el cuento ahora, me entiendo de una manera: es prácticamente una reescritura de "La continuidad de los parques" de Cortázar. Ahora bien: eso lo entiendo ahora, pero en su momento nunca fue mi intención escribir algo así. Esto implica necesariamente que tenía sus postulados de manera inconsciente. Seguramente los sigo teniendo, pero quizás ahora los muestro de manera consciente. El cuento se titula "La realización de las letras", y fue escrito en septiembre de 1996. Hace once años. Dios, cómo pasa el tiempo a pesar de las letras. _______________________________________ La Realización de las Letras

Olvidándome de la academia

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Caminando desde Mercadona hasta mi casa, cargando alrededor de 6 litros de agua en cada mano, me pregunté, como considero conveniente hacerlo de vez en cuándo, de qué tanta escritura creativa me ha privado la academia. "El crítico en ti mata al poeta", le dicen a José Fernández y Andrade, y será por algo que recuerdo con tanta exactitud y asombro esa corta frase. Pensé entonces en una entrada que intentara dilucidar en las diferencias entre escribir no académicamente pero sí con el peso de la academia encima, y caí en cuenta de que era caer precisamente en aquello que en ese momento quería dejar de lado. Y las cosas suceden con preámbulos, o quizás con visiones distintas: estoy en casa, llevo revisando archivos pasados en mi compu, y recordé una carpeta que tiene textos escritos hace diez años, cuando ni siquiera sabía lo que era el estudio de la literatura, cuando mi único profe de escritura era Cortázar. Entonces he estado revisando por encima textos, porque esto, como algú

El cuento, una calle con salida

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Hace diez días, más o menos el mismo tiempo que llevo alejado del Blog, Carmen me contó dos anéctodas que sacuden la curiosidad y el espanto. La primera: bajaba en bici por la calle Enric Granados, y no pudo ver la camilla que salía detrás de la ambulancia. El choque no se hizo esperar. Cuando regresó su mirada sobre la camilla, pidiendo disculpas, vio el cuerpo envuelto en una bolsa plástica. Era una bolsa pequeña, casi en posición fetal. Pensó que se trataba de algun viejito que llevaba muerto un par de semanas en su casa. Dos días después, saliendo de la casa con Rodrigo. Ven que un viejito maltrata a su pareja, llevándole la mano hacia la nariz con tal intensidad que casi le golpea la cara. Se acercan, y le dicen que sea más suave. Dice entonces: "Llevo 20 años cansado de esto. ¡Muéstrales la mano, muéstrala! Esto no lo aguanto más. Ella se limpia la caca con la mano." Mientras tanto, la viejita a duras penas dice que ella no hace nada. Pero inevitablemente la fuerza del

El secreto de Emma de Barcelona

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Jamás había visto un jardín así de escondido. Más de una vez había pasado por esa misma calle, subiendo en contravía en bici, apenas a una cuadra de la estación más cercana, y sí había visto la obra, las mallas largas y polvorientas, y algunos trabajadores azotando el pavimento con pesadas máquinas, pero jamás supuse que detrás de esa puerta metálica se escondía un secreto absoluto. Secreto puesto que jamás esperaría ver esa estatua de mujer meditabunda, con los brazos en cruz, encerrada en un círculo exhuberante de verdor, con la mirada perdida en alguna parte del horizonte cortado. La monja Emma está en un escenario circular, y sorprende que el caminante que descubre el jardín no la descubrirá a ella hasta situars e desde un ángulo preciso. Todo el ambiente es misterioso: una pequeña entrada desde la Calle Comte Borrell, difícilmente apreciable sino es para quien va en bici o caminando, y cuenta con algunos segundos para entrar por el largo corredor de carretera destapada para encont

Sobre la carta de amor (II)

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El amante que escribe una carta de amor está rodeado de una vanidad infinita. Centro de su propio universo, desea que el sentimiento amoroso, como un ciclo lunar, lo rodee de una manera precisa, pero que en momento alguno deje de lado la estela que él mismo ejerce. La escritura amorosa busca el juego de la comprensión de símbolos y signos, de la misma manera que espera del otro la muerte absoluta: como el rayo de luz que ve Saulo en el camino de Damasco , pretende que su escritura anule todo lo demás; de no hacerlo, la escritura no cumpliría a cabalidad con su objetivo, que es apoderarse del amado desde su misma percepción visual, intelectual o sentimental. El anulamiento que busca la carta amorosa es el de la posesión absoluta, lejos de la carne y de los sentidos mundanos, para posesionarse como una deidad recién llegada de un mundo exótico. Leer una carta de amor recíproco es la metáfora del encuentro sexual, en la medida en que se crea la bestia de dos espaldas que anula la existe