Entradas

Mostrando las entradas de febrero, 2007

El azar objetivo

Imagen
Como siempre, un viaje a París es más que un desplazamieno físico. Es volver sobre un libro medianamente leído, con la gran ventaja de enfrentarse al libro de arena de Borges. Sé que esto no pasa únicamente en París, puesto que muchas otras ciudades cuentan con la increíble facultad de representarse y recrearse a sí mismas. Con París me pasa siempre igual: olvido sus calles cuando no estoy allí, y pasa a formar parte de un recuerdo literario, de una conversación mantenida con las eventuales dificultades mnemotécnicas. Sin embargo, y he aquí el encanto, siempre que vuelvo emprendo el mismo recorrido: desde el boulevard Saint-Michel por la rue Soufflot hasta el Panteón, luego la plaza St. Jacques y la rue de l'estrapade, hasta la plaza de la Contrescarpe y bajar por la Mouffetard hasta dar con la Avenue des Gobelins y encontrarme de frente, muchos minutos después, con la Place d'Italie, y entonces volverme y ver como una silueta imperiosa el Panteón, y más lejos la torre. A medid

Le Camilou

Imagen
¿Por qué no pude entrar en Le Camilou, y así conocer un café que lleva mi nombre afrancesado? ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrar este barcito, justo después de haber salido del cementerio de Montparnasse, y haber tomado la rue de la Campagne Prèmiere, que desconocía completamente? Era entonces un domingo lluvioso, día en que abren algunos bares, y todos los cementerios.

La ciudad-escenario

Imagen
Hubiera querido que este café fuera en "Le Raspail Vert", pero par contre me encuentro ena brasserie sobre l'avenue des Gobelins. Hubiera sido un reencuentro en solitario fabuloso: volver a estar en el Vert solo, volver a verlo tal cual lo dejé hace ya casi diez años, para que él me volviera a ver tal cual me dejó ir. Sigo teniendo el recuerdo de hace diez años, si bien hace dos pasé por allí unos instantes: la media hora antes de clase que transcurría entre sillas de mimbre verdes y meseros etiquetados. Aún no he logrado saber por qué, de la infinidad de cafés parisinos, escogí precisamente ese. De hecho, sólo recuerdo ese nombre: si alguien me pidiera algún consejo, claro que recordaría otros como el "Old Navy" o "Les Deux Magots". Pero esos, al fin y al cabo, son cafés prestados, que llegaron a mí por otras vías distintas a la de la experiencia personal. Sé que hace 10 años viví una vida prestada aquí en París, sé que intenté vivir una vida legí

La inserción del otro tiempo

Para nadie es nuevo que es otro tiempo el que transcurre en nuestros sueños. Es evidente que existe una simultaneidad entre nuestro tiempo y aquél del sueño, pero eso no significa que compartan unidades y dimensiones. La misma noche en que hablamos de sueños, Miguel me comentó otro. Soñaba que estaba tocando guitarra mientras un amigo cantaba, en alguna típica fiesta de juventud. Recuerda haber tocado un par de canciones, una que otra melodía austera, y repentinamente totea una cuerda de la guitarra. El sonido interrumpe el sueño, y abre los ojos de inmediato. No hay motivo para alarmarse, puesto que este sueño dista del relatado anteriormente. Pero naturalmente, se busca una simultaneidad: se levanta de la cama, abre el estuche de la guitarra, para darse así cuenta de que se le había toteado una cuerda de su guitarra. No importa si se trataba de la misma cuerda, o de la misma guitarra. Lo interesante, como ya se intuye, es la simultaneidad temporal del sueño-el crujir de la cuerda- co

Una tentativa de sueño

Anoche, antes de ir a dormir, hablamos con Miguel acerca de los sueños, y me contó uno que me impactó fuertemente. Él estaba acostado, y el cuarto era exactamente el mismo cuarto que tiene cuando está despierto. Se levanta, como se levanta cualquier otra persona, y camina hacia la puerta. A escasos centímetros de que su mano toque la chapa, oye una voz, que surge de la nada, y la reconoce como la de un primo. De manera ágil y directa, le sugiere enfáticamente, entre recomendación y mandato, que no salga de la habitación: no sabe muy bien qué puede haber afuera, y es posible que se pierda una vez cruce la puerta. Entonces Miguel piensa en voltearse, y ver su cama, pero una vez más la voz álgida del primo: está prohibido voltearse, porque de hacerlo se vería a sí mismo. Sin explicación clara, sin métodos conocidos, le sugiere que no abra la puerta, y que camine lentamente hacia la cama, de espaldas, cosa que hace con un rigor de dentista. El primo le guia, y finalmente se acuesta, segura

Domingo en bus nocturno

Luego de ver el fútbol, intenté pescar un bus 59 que vi a lo lejos, con la gran dificultad de que debía correr hasta Plaza Cataluña. Los semáforos estuvieron de mi lado, y dos en rojo lograron demorar su paso. Finalmente llegué, justo cuando el conductor estaba cerrando la puerta. Me miró a los ojos-tenía pelo largo, demasiado largo para ser conductor de bus- y, con esa misma mirada, no detuvo su aceleración, dejándome solo en el paradero. Luego de maldecir un par de veces, vi que el 41 venía por la Ronda St. Pere, entones volví a respirar profundo, y corrí un poco más. Cuando llegué, el bus estaba debidamente detenido, y la puerta abierta. Menuda sorpresa me llevé al darme cuenta de que era el mismo bus que tomé en horas de la tarde. Reconocí al mismo conductor-calvicie pronunciada, anteojos metálicos, sonrisa ladeada- y no tardé mucho en comprender que él mismo me había conducido horas antes. Caminé hasta el fondo, y decidí sentarme en la misma silla que tomé en horas de la tarde. La

Domingo en bus

Hacía mucho que no regresaba de jugar fútbol en bus, pero como Martina se encuentra indispuesta, por no decir herida, hoy regresé a dichas andanzas. Montar en bus los domingos me parece un acto desolador, quizás por la soledad de las calles, por las caras de los ocupantes, o porque vengo del mismo sitio que todos los días, pero con la diferencia de que no estoy saliendo o entrando a clase. Es desolador, pero me gusta: se encuentra siempre un seductor placer en la estética gótica, en la misteriosa, en la ausencia. Y fue así como me vine oyendo viejos discos de Fito Páez que no oía hace muchos años, incluyendo una canción que le dediqué a una chica en el momento de nuestra despedida. Y fue una combinación ideal, porque hoy había algo lúgubre en la vez y en las letras del argentino, de la misma manera que los árboles del Parc de la Ciutalleda guardaban un extraño y extraordinario parecido con las creaciones de Tim Burton: esqueletos erguidos hacia el cielo, contemplando un sol que hace y

Problemas con Martina

Durante dos semanas, estuve pensando todo el tiempo que algo le pasaría a Martina. Cuando salía de mi casa, lo primero que hacía era revisar las llantas, a lo lejos: notar la altura del suelo, la llanta dentro del rin, el neumático ejerciendo la presión necesaria. Bien sé que ha dormido en lugares inusuales, y nunca le ha pasado nada. Pero esta vez fue distinto. Creí que tendría que ver con el arreglo de los cambios, que me salió en veinte euros. Pero no. Esta mañana todo se desveló: amaneció con una llanta desinflada. Es bueno, porque significa que esas corazonadas sí existen; es malo, porque no tendré bici sino hasta el lunes. En todo caso, la sensación profética se cumplió. Ergo, hay correspondencias con un mundo invisible.

Morelliana, Cap. 112, "Rayuela"

Sigo tan sediento de absoluto como cuando tenía veinte años, pero la delicada crispación, la delicia ácida y mordiente del acto creador o de la simple contemplación de la belleza, no me parecen ya un premio, un acceso a una realidad absoluta y satisfactoria. Sólo hay una belleza que todavía puede darme ese acceso: aquella que es un fin y no un medio, y que lo es porque su creador ha identificado en sí mismo su sentido de la condición humana con su sentido de la condición de artista. En cambio el plano meramente estético me parece eso: meramente. No puedo explicarme mejor.

Trote pasado por lluvia

Cuando me levanté esta mañana, me acordé de que la noche anterior me había organizado de tal manera para salir a trotar. No me sorprendió ver la fina lluvia que caía una vez abrí la ventana, porque la luz de las ocho de la mañana no suele ser tan débil y oscura. Entonces lo pensé: ¿se justufuca salir a trotar lloviendo, siendo sábado, mientras que bien podría quedarme en la cama, dormir más, leer debajo de las cobijas, y luego satisfacer mi deseo matinal con un desayuno sabatino? Claro, tenía razón en todo esto, pero por primera vez en mucho tiempo, quería sentir la lluvia. Y me pregunté en qué momento de mi infancia dejé de salir a la calle en las tardes, desautorizando a mi mamá, a simplemente sentir la lluvia. Es una extraña sensación, al verdad. Jung seguramente dijo mucho sobre esto, al igual que Elíade, y bueno, pasando por muchos otros. El efecto poético y emblemático de la lluvia siempre ha estado en nuestra cultura, y no solo de manera evidente-en la agricultura-, sino de mane

Como siempre

Si alguno ha estado pendiente de este manuscrito, de este proyecto, de esta tentativa, desde hace ya un par de entradas ha caído en cuenta de la fácil estructura que siempre asumo: prometer el regreso- ¿pero regreso a qué? no es como si hubiera estado acá desde hace mucho- al blog, hacia el blog, desde el blog. La verdad es que la estética del mío me gusta; cuando lo recuerdo, lo abro, busco comentarios, y sí, me soprendió el último que vi, sobre todo porque el autor en momento alguno me dijo que lo había incorporado. Quizás el problema está precisamente en la funcionalidad del blog: no pienso hacia fuera, sino hacia dentro: de qué manera me alimenta, de qué manera me permite dejar pasar el tiempo de manera alguna. Lo que más me gusta, creo, o lo que me solía gustar, cuando escribía, era la posibilidad de la entrada corta, de la idea concisa-no siempre estructurada, lo acepto-, los segundos venideros. Un amigo acaba de abrir un blog sobre aspectos editoriales-aún no le he "hincad