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Mostrando las entradas de 2008

Before everything

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Sentado en mi escritorio, a medida que escuchaba avanzar los truenos que siempre aparecen por estas horas en el aire bogotano, y luego de haber terminado algunas cuestiones de la editorial, me dejé sorprender por la lluvia mirando la segunda parte de esa película que en muchos aspectos resuelve el futuro desolado de aquellos dos amantes que se conocen en Viena y se prometen volver a encontrarse en el muelle de la estación, seis meses después. Sentí alegría, debo aceptarlo, al saber que no se encontraron; que algo falló, que la cita se incumplió, porque desde siempre he considerado que las historias de amor tienen, necesariamente, que cumplir con su sino trágico. Así como en la primera entrega el momento que más disfruté es cuando los dos, sentados frente a frente, simulan llamar a aquél que los está esperando en alguna parte, permitiéndose así llenarse la boca de palabras de amor y de reconocimiento ante la seducción amorosa que sintieron, en la segunda entrega sentí un verdadero place

"Ephemera", W.B. Yeats

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"Your eyes that once were never weary of mine Are bowed in sorrow under pendulous lids, Because our love is waning." And then she: "Although our love is waning, let us stand By the lone border of the lake once more, Together in that hour of gentleness When the poor tired child, Passion, falls asleep. How far away the stars seem, and how far Is our first kiss, and ah, how old my heart!" Pensive they paced along the faded leaves, While slowly he whose hand held hers replied: "Passion has often worn our wandering hearts." The woods were round them, and the yellow leaves Fell like faint meteors in the gloom, and once A rabbit old and lame limped down the path; Autumn was over him: and now they stood On the lone border of the lake once more: Turning, he saw that she had thrust dead leaves Gathered in silence, dewy as her eyes, In bosom and hair. "Ah, do not mou

Santuario poético

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Ya he escrito sobre esto en otra ocasión, pero la verdad el sentimiento siempre es el mismo: al llegar a casa, luego de cuatro, ocho o doce meses, siento un verdadero placer en revisar, una vez más, la biblioteca que aquí dejé, que nunca saldrá, que siempre formará parte de ésta mi casa bogotana. Siempre me sorprendo con los mismos volúmenes, siempre busco alguno sobre el cual haya leído en Barcelona o en cualquier otra parte para poder consultarlo de nuevo, sentirlo familiar, saber que me estaba esperando desde que me fue regalado. En época universitaria, e igualmente cuando era profesor, sentía un verdadero placer por la compra de libros: cualquiera podía entrar en mi biblioteca, y entonces se me metía en la cabeza que el libro recién comprado no tenía por qué ser inmediatamente leído, así que lo separaba en una sección particular, y así me iba poniendo al día con cada uno de ellos. Ahora es diferente; ahora sé que cargar con los libros que compro puede ser tortuoso, en la medida en

En la altura

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Mi paso por la ciudad implicó un doble vacío: no me quedaría allí, y de quedarme no te habría encontrado. En pleno descenso sentí los cero grados con los que recibiría a sus viajeros, todos de madrugada. Caminé lo justo, buscando la puerta asignada, atravesando controles infames, policías injustos, sabiéndome en tenso movimiento. Sin embargo tu presencia etérea aplacó cualquier sentimiento de soledad, porque tú eres aeropuerto, eres estación, eres pasaje, eres puente, eres movimiento. Las ciudades, ya lo sabíamos, juegan nuestro juego: paso por aquella que nos vivió dirigiéndome a aquella otra a la que pertenecemos, pero que jamás nos ha cruzado. Tú, por tu parte, estás en una ciudad que desconozco, que de hecho hasta antes de tu viaje había cargado con dolores del pasado y tétricas divagaciones— en ti recuperé la ambición de la playa lisboeta— y dentro de algunas semanas irás a otra que conozco como ninguna. Somos la calle, somos el pasaje: en nuestros ojos se puede leer la dirección

Bogatell

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Venir a la playa en invierno es buscar la soledad, quizás una de las soledades más apacibles y férreas que jamás encontraremos. Lejos queda el barullo del centro, las aceras infestadas, los malentendidos transeúntes que siempre esperan un momento para caminar solitariamente. No; acá es distinto. Es distinto porque sólo se busca la soledad cuando ya se está solo, cuando el sentimiento impune de la melancolía ya se ha establecido dentro de nosotros y nos obliga a huir hacia entornos más solitarios, aún más esquivos, aún más desdichados. Pero no; esta no es la palabra. La desdicha no me acompaña, así haya cargado con algo de dicha en los últimos días. Vengo porque en el suave latir del viento y en el silencioso romper de las olas encuentro un costado afín mío: encuentro la tranquilidad de la soledad. A lo lejos un cielo ensangrentado se bate con las farolas amarillas recién encendidas, y yo le doy la espalda a los dos. Acá, en esta banca que ya me vio algún otro día, le doy la espalda a t

Le chill

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Entre las variadas y siempre alternativas posibilidades de expresión amorosa, sin lugar a dudas la musical abarca todos los escenarios y bambalinas de cualquier educación sentimental. Cuando Dorian accede a tocar un Nocturno en aquella estancia interior, Lord Henry suspira de manera divina: “Gracias a Dios nos queda por lo menos un arte no imitativo.” Y esto es porque la emoción sentimental de la música sólo se parece a sí misma, sólo se imita a sí misma: nada más vive fuera de ella, y sin lugar a dudas se consagra en el paladar de cualquier oyente de una manera certera, precisa y gloriosa. Crear, pues, un playlist no es más que la sistemática traducción de una carta de amor. Desde hacía meses venía trabajando en un playlist que de alguna manera reflejara mi plancha de anatomía sentimental : que cada una de las canciones diera fe, calcada al carboncillo o registrada en daguerrotipo, de cada una de las emociones que venía configurando desde un cambio de mirada— así, pues, no es sola

Promenade dans tes yeux

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Man Ray fotografía un ojo mirando al cielo mientras dos lágrimas se dejan caer. Un ojo que viaja a través del cielo terrestre, buscándose camino por entre los matorrales de la ciudad, abriéndose campo entre las verbenas, los gritos, los malhumorados verduleros de Les Halles, a través de los rugidos hirvientes de las escamas del metro que, si se quedara allí postrado, le harían perder su voz sin remedio alguno. Ojo incoloro que desprende un hálito de colores y aromas recobrados, surcando las aceras empedradas de la rue Berger, de la rue Saint-Merri, espantando malhechores tardíos, espetando con su firme andar nocturno y meditabundo a los chiffonniers a quienes ha dejado el paso del tiempo y aún, con una celeridad apenas comprendida en viejas fotografías de Brassai, dan fe de su gloriosa reputación. Un ojo que es mirada que es bosque que es ciudad, un ojo que es búsqueda que es aventura que es pasión. Una mirada que resucita el llanto inocente de un recién nacido en un mundo vulgar, pr

My eyes adore you

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Me declaro un noctámbulo de tu mirada silenciosa. Cada noche sacrifico mis horas de sueño para contemplar tus ojos durmientes y ver cómo dans ce trou noir ou lumineux vit la vie, rêve la vie, souffre la vie . A medias ascuas luminosas todo es tiniebla; luego surgen tus contornos, con mi mirada tallo tus siluetas como un dedicado Pigmalión que por gracia divina sustrae la vida de un bloque de mármol negro. Luego todo es luz y misterio. En tus mejillas visito el Mar Rojo y en tus suspiros durmientes viajo a islas primitivas donde jamás se pone el sol y se esconde la luna. En el verde pálido de tus pupilas escondidas reconozco el horizonte donde copulan las tormentas, el bosque donde se esconden las mujeres desnudas, las calles desérticas que desde siempre han dado forma al misterio. Afuera todo es calma; afuera es la bruma gris de un cielo holandés, afuera es la complicidad de una promenade de manos apretadas, afuera son los labios como estampillas olvidadas en cartas jamás enviadas: af

Hommage à la fugitive beauté

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Ya me había parecido verte detrás de algún mostrador de alguna biblioteca pública, buscando entre una montaña de libros alguno que yo había pedido: no recuerdo el título pero sí te recuerdo a ti, con una sencilla camiseta gris que mostraba los contornos de tu cuerpo suave y almidonado, permitiendo al café de tu pelo crear algún tipo de marea misteriosa en la medialuna de tu espalda. Entonces supe que debía pedir todos mis libros después de cierta hora, porque no me tomó mucho comprender que estabas allí de medio tiempo, sobre todo en las noches, y eso que desde siempre me ha parecido que las tardes invernales resaltan la belleza efímera. Pero nunca la organización de los días será del todo benévola, porque hubo un día en que dejaste de ir; jamás supe por qué, no podría ser de otra manera ya que jamás logré hablarte más allá de dos o tres préstamos que aún estaban pendientes. Sé que alguna vez te sonrojaste cuando pregunté por un título, y sé que más de una vez puse cara de tonto cuan

Despidiendo a Marie-Claire

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Ahora, al día siguiente y luego de haberlo pensado con la cabeza tranquila, tengo la certeza de que se trata de una coincidencia: justamente he estado leyendo por estos días acerca de las teorías de Baudelaire sobre las correspondencias, el mundo invisible y la manera como debemos entender los símbolos que podemos leer en la Naturaleza- resolver los hieroglíficos que encontramos día a día en aquello que acontece. Caí en cuenta de que todas las alarmas que tiene mi teléfono celular me habían aburrido—despertar con un sonido ensordecedor es quizás la peor pesadilla para cualquier durmiente. Así que decidí activar la alarma del iPod, y escogí una canción que, hace dos días, sonó estupendamente en el momento de mi levantada: “Eclair de Lune” de Scsi-9. El dinamismo con el que empieza la canción, primero con unos leves y reveladores acordes, para luego hacer sonar la percusión y las lentas progresiones de los sonidos del teclado se me figuraron como una metáfora perfecta el despertar—aquell

A la memoria de Simón Restrepo, por Lady Macbeth

Como si no bastara con decirlo, anunciarlo, desafiarlo, algunas veces incluso llegó a hacerlo. Me tomó de sorpresa y se abalanzó sobre mí con el ímpetu del adolescente sin prejuicios y me plantó un beso en la mejilla con todas las ganas de querer decir no solamente cuánto te quiero sino también, y especialmente, cuánto te vulnero. Y, como si me conociera de siempre, claro que me vulneraba. El primer día en el colegio, de regreso a mi casa, cargaba apenas con un par de certezas. La primera era que tal vez ese no era mi lugar, la segunda era que tal vez sí porque allí había descubierto a alguien llamado Simón. Va a ser mi alumno estrella, repetí ese día; usted no es mi alumno estrella sino mi alumno estrellado, le diría varias veces tiempo después. Y él se reiría a carcajadas y me diría entre líneas que no tenía ningún interés en ser el mejor y que la mediocridad para él no era el demonio que todos habían querido hacerle creer. Con qué dulzura me habría de recibir cada día, con qué sonri

Recordando a Simón

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Estimados estudiantes, profesores, directivas y servicios generales, Mucho he estado pensando desde el momento en que humildemente le pedí a Undécimo que me permitiera escribir esta carta de cierre e izada de bandera. En cierto sentido, la pedí ya que no podía guardar más silencio desde la fecha aquí conmemorada. Debo las palabras que por temor, miedo o tristeza no pude decir el día de la despedida. Esta es, pues, la deuda impune que hasta ahora tengo lugar y espacio de saldar. Desde pequeños siempre hemos recibido con amor y especial interés, llenos de alegría anhelo, el nacimiento de un ser querido. Todos los aquí presentes hemos ido educados para celebrar los comienzos, los nacimientos y las llegadas. Sin embargo, algo ha dejado de lado nuestra educación: no hemos sido educados para las despedidas. Por eso mismo, sentimos lástima en el momento en que acaba una película, en el momento en que acaba una fiesta, o cuando un disco que viene sonando alegremente llega a su ultima pista. E

Santi y Oli se casan

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Estamos acá reunidos para celebrar el amor. El amor de Santi y Oli. Es bien sabido que no hay sentimiento más puro y festivo que el del amor. No hay absolutamente nada que exalte más el alma, y restituya la imperfección de nuestra condición humana. Somos, pues, testigos de este amor— tanto de los años que han transcurrido, como de aquellos que ya vemos en el horizonte. ¿Pero qué es, en todo caso, una boda, un matrimonio, una unión? No es más que la afirmación de contener en sí mismo su “voluntad amorosa”. La voluntad amorosa es aquello que nos hace prometernos querer y desear amar a la otra persona durante toda la vida. Querer amar, desear amar: he allí la pulpa misma del amor. Porque la voluntad amorosa es aquella que nos permitirá comprender que el otro, el compañero, la acompañante, se encuentra “más allá de la Divina Providencia”. Por esto mismo, el amor que se declara no conoce de mundos lejanos, de continentes separados, o de cielos invisibles: infinito en sí mismo, quiere co

El viajero

“Allí”, le dijo el viajero, “atravesando las llanuras y recorriendo los desiertos, encontrarás el lugar designado. Déjate llevar por las lunas redondas como senos, déjate arrastrar por las selvas que juegan a ser cuerpos vírgenes. Déjate perder por el laberinto que tú mismo, Dédalo, has creado: déjate ser constructor y conquistado, déjate ser arquitecto y Minotauro. Recorre tu mismo centro que también es laberinto y también es lugar de danzas, dibuja tu imagen en la arena que se irá llevando el tiempo. Déjate ser carnaval, déjate ser fiesta: haz de tus rituales y ceremonias celebraciones largamente esperadas, déjate ser uno y refriega tus pasiones antiguas. Olvida cualquier intento por aniquilar el minotauro, porque en el centro mismo encontrarás el Gran Espejo. No atentes contra reflejos, porque así garantizarás el fracaso.”

Maupassant visitado

Por cuestiones que sólo pueden ser comprendidas por Amor o Destino, aquella noche decidió tomar el teléfono y llamar a su antigua amada; se trataba de su cumpleaños, y Dios sabe cuántos pasaron juntos. Cuando tomó el teléfono sintió el corte de la respiración, la repentina taquicardia, la íntima sensación de estar escuchando a través de un cilindro vacío. Ella agradeció la llamada, y le preguntó por la universidad, la investigación y los viajes a la biblioteca; él, por su lado, le preguntó por sus clases, por las academias y por las traducciones científicas que venía haciendo desde hace unos años. En medio de la ráfaga de noticias que no hacían más que poner al día, él decidió cruzar el umbral de la duda, y atacar de frente. “¿Has estado con alguien durante estos años?” “Sí”, respondió ella, y le contó de Javier, el sevillano con quien había recorrido el norte de África. “¿Tú?”, preguntó ella, entonces él le contó de Nicole, la normanda que había conocido el pasado otoño, con quien hab

Hotel Dante

Siempre me cuesta algo de trabajo decidirme por un camino a casa, sobre todo cuando tengo un ramillete de posibilidades para escoger. Esto sólo sucede cuando se está estrenando camino a casa, que es precisamente lo que sucede ahora. Sin más, aún tengo que venir de la vieja casa casi a diario, porque desocupar un piso de las pertenencias propias es abrir los ojos y reconocer todos los objetos inservibles que vamos recolectado—que a pesar de ser inservibles y de disfrutar de un nuevo nacimiento a la realidad, empolvados y hasta entonces ignorados en alguna esquina de un diván, en la segunda aldaba de una biblioteca café que jamás me gustó, o detrás de esa linda mesa de luz que ha ocultado su blanco después del tiempo. Con una mochila atravesada en la espalda y un cubo metálico y cilíndrico apretado en la canasta del bicing, decidí tomar Valencia hasta encontrar de frente Enric Granados. En algún punto, como siempre, intento evitar las largas cuadras, y dejo a la bici zigzaguear por larga

Tres o cuatro minutos

Sentado en la sala revisando algunas cuestiones de Internet, escucho el timbre del teléfono. Reconozco el número, y sé que la conversación será larga. Lo tomo, y antes de contestar, ya abrí la puerta de la terraza. Mientras la cierro desde fuera me pregunta por mi viaje, y yo acerca del suyo. Me dice que desde el tren alcanza a ver una columna de humo, sin saber muy bien a qué se debe. El tren no ha desacelerado, ni se ha detenido, ni han hecho prevención alguna. Yo observo la gente pasar, miro en dirección Francesc Maciá y la punta de la grúa en la esquina de Avenida Roma con Calabria despunta entre las plantas colocadas a la altura de la ventana del piso del lado. El viaje a Pamplona no es largo, me dice, mientras pregunta a alguien acerca del humo. Yo le digo que el vuelo sale el domingo en la tarde, y que tengo planeado escuchar todo El anillo del nibelungo mientras leo una novela perfecta para dejar pasar las horas. Me pregunta si llevo regalos, y le contesto que los justos. Se

Un encuentro fortuito

Hace un par de días, pasando justo al frente del Mercadona. Aterrizó en mis gafas algún tipo de insecto que no logré reconocer de inmediato. Como no llevaba ninguna bolsa, simplemente me llevé la mano derecha hacia la cara, y sacudí el aire pensando que era algún mosquito volando al frente. Pero no fue así, porque se encontraba entre el lente y mi ojo, pequeño, demasiado pequeño como para ser una amenaza. Como era apenas evidente, a tan corta distancia no podía ver nada. Así que me quité las gafas, y ahí la vi, una pequeña araña que caminaba a gusto, fue y volvió unas dos veces, hasta que de repente, usando ese dinamismo que sólo le corresponde a las arañas, suspendió el mundo que nos rodeaba alrededor suyo, y descendió un par de centímetros, pero muchos para ella. Elevé las gafas, para ver de más cerca el mismo movimiento, la suspensión, la fijeza de la mirada en un punto exacto en movimiento. Tenía el lomo bermejo, o eso creo. Tenía la apariciencia que dan todas las arañas pequeñas,

Paz

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Camino a Menfis

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No creo que haya sido una coincidencia, pero definitivamente se trató de una reaparición que pude recordar plenamente. Ya me había pasado un par de veces, pero siempre lo atribuí al conocimiento previo del término, razón por la cual lo pude reconocer. Pero no me había sucedido con nombres de lugares. Hace poco, en la transcripción de ese gran manuscrito, me topé con la ciudad de Menfis. Yo había oído hablar de la otra, de Memphis, aquella ciudad donde muchos fanáticos un tanto trasnochados afirman haber visto, hasta hace relativamente poco, a Elvis comprando en algún supermercado. Pero nunca la había visto con una efe, así llanamente, sin mayor preámbulo. Estoy seguro de que nunca antes la había visto, porque de haberlo hecho, me hubiera llamado la atención precisamente esto, la variación entre el ph por la f, y hubiera reconocido algo novedoso. Una vez la conocí, supe que se trataba de la capital del antiguo imperio egipcio, localizada a 19 kilómetros del El Cairo. La anoté mentalment

El tiempo de la escritura

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Para escribir, necesito sustraerme del tiempo. Del tiempo doble que me acecha cada vez que intento escribir, desde el punto mismo en que siento esa chispa que me permite reconocer esa “luz especial, la luz de la imagen ” (Breton). Mentiría al decir que pasan días sin reconocer esa luz, de caer en cuenta de que “la literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes” (Breton), de reconocer esos dos elementos que conforman la imagen que trabaja sobre sí misma, sobre mi imaginación y sobre mi vuelo imaginal hasta postrarse como el grafito aún sin punta que se esconde dentro del lápiz recién comprado. Hasta entonces no existe el tiempo: viajo mucho en bici, siempre monto en bus o en metro, no siempre concilio el sueño de inmediato, así que muchas veces tengo todo el tiempo del mundo para sacar la punta que me permitirá ver esa luz. El tiempo acude a mí cuando, sentado frente al computador (ya he olvidado esa costumbre de escribir un texto completo a mano, de crear a ma

Vorágine

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11:20 pm, estación Urquinaona. Mientras espero el metro de la línea roja que me llevará hasta Rocafort, veo a mi lado una pareja de amantes que se besan lentamente, indiferentes al tiempo, a la hora y al sentir mundano de estos rieles. Intento leer un libro de Réda, y sólo escucho el crujir de sus chaquetas de cuero. Hay una pasión explotando en sus bocas, que intenta depurarse a través de sus brazos, de sus manos desenguantadas. Los amantes que se besan en las calles, en los andenes de metro, en las estaciones de bus, en los parques fríos, en los monumentos olvidados, en las escaleras que no llevan a ninguna parte, en los callejones fríos y en los pasadizos multitudinarios, son dueños del tiempo. Postrados sobre los límites de lo terrenal, observan el mundo invertido en la lengua del otro. Hay una lucha a muerte amorosa y golpe de gracia divino en cada uno de los lateres del cuerpo ahora agazapado. Llega el metro, se sientan en la última banca. Este vagón está repartido en espacios cu

El sonido más dulce

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En The Sweetest Sound (2001), el director norteamericano Alan Berliner se encarga de mostrar el proceso y resultado de la búsqueda de todas las personas que tienen su mismo nombre, y de la invitación que les hace para que vayan una noche a cenar a su casa. El proceso fue largo, arduo, enviando cartas a todas las familias con apellido Berliner, pidiendo que le informaran si sabían de alguien que tuviera su mismo nombre. Esta incertidumbre nació de la idea misma de saber qué tan único era su nombre, y también de dos o tres confusiones con algún otro Alan Berliner. Todo el documental consiste en una investigación arqueológica de su nombre, con esos espacios mandórlicos en los que su nombre deja de ser solamente el suyo, sino que también es compartido por otros. Vemos en el director ese deseo incólume de querer ser el único Alan Berliner, pero también vemos esa fatalidad que le obliga a reconocerse como uno más de esos nombres. Durante dos o tres veces, tenemos un cuadro de Alan Berliner

Bracafé

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Entro solo a un Bracafé.Pienso esperar a María tomando un café y leyendo algo mientras ella asiste a una entrevista de trabajo. Dejo la maleta encima de la mesa, le pido al mesero un cortado, y le pregunto de una vez si tienen acaso una máquina para comprar cigarrillos. Me dice que está de la barra cuadrada, y entonces saco unas monedas -tengo el cambio exacto-, y dejo todo encima de la mesa mientras me dirijo detrás de la barra cuadrada. Pido que prendan la máquina y compro unos Ducados, todo no toma más de un minuto. Al regresar, encuentro el cortado en la mesa, al lado de la maleta. Intento ser cauto mientras la quito de allí encima, pero no logro evitar que el cortado se voltée con una esquina de la maleta gris. En cuestión de segundos se forma una estrella parda de tres puntas, que crece hasta el momento en que se empieza a disolver por sus puntas. Entonces cae el café al piso, sobre la silla del lado, salpica contra la pared de madera. Pido un trapo en la barra, y acude entonces