El sentimiento del mar en el Parc de la Estació del Nord

El Parc de la Estació del Nord goza de una extraña atracción. Hace un par de meses venía en bici con un amigo (que por cierto hace poco zarpó de Barcelona) desde la universidad, y pasamos por el Parc, que se convirtió en un pasadizo obligatorio cuando tenía que volver desde la uni de esta manera, o cuando quiero tomar la estación de metro Arc de Triomf. Él, que ya llevaba muchos años montando en bici, me confesó que desconocía este parque. Yo creo que pasé a través suyo muchas veces, y aún así no lograba caer en cuenta de que definitivamente estaba pasando por allí. Quizás ahora lo veo mejor porque con el sol veraniego, el azul celeste de la larga y aplastante escultura que allí se encuentra cobra su verdadero valor como pieza de land art. Sin saber a quién pertenecía, sin saber su nombre o su pretensión, intenté descifrar, como lo vengo haciendo con muchos espacios de Barcelona, el elemento persuasivo que allí me contenía. Y entonces lo supe, con una sinestesia salada en mi pensamiento: el Parc es una extraña intromisión marítima en tierra firme. La sensación de naufragio la causaba la imponente y sinuosa escultura que atraviesa su contorno norte, haciéndome parecer como un perdido navegante mitológico e impertinente (como deben serlo), rozando con el sendero habitual de una ballena geométrica. Pero no es una ballena de proporciones cotidianas, porque de serlo así, difícilmente habría puesto atención. Es una figura mitológica, momificada desde el momento marítimo en que salió a la superficie, que atiende con la voracidad de un niño a la llegada del verano para poder proyectar su luz azul. No he logrado acercarme al pasto verde, si bien veo a muchos dormir a su alrededor: se debe tratar de un sueño de naufragio, de un sueño devastador en la medida en que sentirnos lejos de tierra firme siempre conlleva un indeseado temperamento de perdición.
Este espectro mitológico no sobrevive por sí solo en las inmediaciones norteñas de la estación. Su salida más interesante, que está ubicada hacia el sur, es precisamente las dos estructuras macizas, de la misma textura de la ballena, que simulan estar abiertas durante el día. Pero el aire ancestral y de viaje intempestivo que induce el Parc no me permiten pensarlas de esta manera, como dos simples murallas decorativas. En las noches, cuando están sólo aquellos que se aventuran a ver al gran monstruo marino, éstas se convierten en las rocas Cianeas, las rocas azules, aquellas que chocaban entre sí para evitar el paso de los navíos griegos, las mismas que Jasón y sus argonautas debieron atravesar en su camino hacia el vellocino de oro enviando primero una paloma blanca.
La escultura se llama "Cielo caído", de Beverly Peppers. Entiendo su título, encuentro su correspondencia. Quizás es porque el mar, desde ciertos ángulos y miradas de avión, jamás dejará de ser un cielo caído en las profundidades de la tierra.

Comentarios

JML dijo…
Dear Camilo:

El sueño de la "decoración" también produce monstruos: ballenas azules y barcos varados en el parque. Esta primavera que se agota (estoy oyendo sus últimas bocanadas)es el momento ideal para pastorear naufragios y sazonar recuerdos; vuelven todos al mar, antes de regresar al polvo...

Saludos.

Entradas más populares de este blog

Un viejo desnudo

El secreto de Emma de Barcelona

Esperando a Morfeo