Back in town

Luego de haber puesto mi sueño en orden, decidí que era momento de salir a enfrentar la ciudad, camino hacia la uni. Entonces el sol estaba medianamente implacable, un viento cálido recorría la calle Calabria, y di fácilmente con la primera estación de Bicing. Entonces bajé por la Calle Comte Borrell, esperando el recorrido preciso para conocer de nuevo la ciudad (porque se conoce una y otra vez), sin saber por dónde iría pero convencido de que en cualquier momento me llegaría, como un rayo luminoso, entonces decidí girar por Gran Vía, y a la altura de Plaza Universitat, tomar la calle Tallers. Estaba en obra, cosa que me gustó, porque implicaba necesariamente tomar un recorrido alterno. Giré a la derecha pasando al frente de la nueva facultad de la UB, y luego fue la calle Elisabets, pasando la Plaza Bonsuccés, y así bajé por unas Ramblas atiborradas de turistas, pieles morenas y, extrañamente, poca cerveza. Al pasar al frente del Palau de la Virreina recordé a Martina, quién sabe en qué ajetreos la tienen en este verano, quién sabe si todavía cuenta con sus ruedas. No sabía muy bien por dónde debía meterme al Barrio Gótico, porque ya la calle Ferrán ha perdido su interés, no me procura sensaciones interesantes, por lo que la rechazo enfáticamente. Me metí entonces por Cardenal Casañas, salí a la Plaza del Pi, y cuando la ola de turistas se hacía más y más horrible, decidí meterme por la calle Alsina, y ya para entonces volvían a mí las sensaciones del Gótico, de ese laberinto danzante, porque al llegar a la Calle Banys Nous, tomé hacia la derecha, y cuando menos cuenta me di estaba sobre Ferrán, camino a las Ramblas. Encantado con la sensación de pérdida, pero a la vez desinflado por lo poco llamativa que me resultaba la calle, di vuelta atrás, esta vez entrando por todo Avignó, volteando entonces por Ample, hasta atravesar Fustería y entonces entrar por Consolat , ver esa esquina que tanto me gusta, de color vino tinto dándole sombra a un café más bien insípido, y entonces atravesar Plaça de las Olles, tomar Bonaire y luego Ribera, y desembocar en el Paseo Picasso. Como la liebre que se siente amenazada por el halcón al salir al aire libre, decidí que debía entrar al Parc de la Ciutadella lo más rápido posible, que fue efectivamente lo que hice, caminando por el andén opuesto al que siempre camino, a la altura de la calle Princesa. Entonces fue atravesarlo, salir al Wellington pensando en el león en verano, parquear la bici, y subir por el ascensor hasta el despecho, desde donde ahora escribo.

Los papelitos siguen pegados a la pantalla del computador. Se lee: “Catálogo Le surréalisme et l’Amour, Vincent Gille” ; “Sacar copias Paris, Capital of Modernity, David Harvey” ; “Imprimir ‘Barcelona, las tres caras del espejo’, Jordi Castellanos”. Así, al frente de las dos ciudades que me toman mi tiempo (una en la investigación, otra en la calle), he sentido que volví. Regresé a Barcelona.


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