Dos cuchillos en cruz

El sábado, un par de horas después de haber terminado la entrada que precede ésta, llegaron de visita Martín, Anita y Miguel. Hicimos el almuerzo, tomamos un par de cervezas, y después bajamos por la calle de las Acacias hacia la playa. Como siempre, iba viendo los nombres de las casas, hasta dar con una que desde siempre me llamó mucho la atención, puesto que era la vivienda de un paleta (maestro de obras, en colombiano) que vivía sobre la calle, y desde la primera vez que bajé por ésta, leía el mismo letrero con letras negras y grandes que decía"Pintor", y un numero de móvil. A él lo habíamos visto ya muchas veces. Hacía un par de días, justo antes de mencionar en voz alta el letrero, y al día siguiente mientras yo daba una vuelta en bici por el paseo marítimo. Esa vez llevaba una bolsa del Día, y su bici iba lenta, y él con cara pensativa. Ese sábado pasamos al frente de su casa a eso de las 3 y luego 6 pm, y ninguno siquiera intuía lo que sucedería seis horas después.
De hecho, ninguno de nosotros lo supo de inmediato, precisamente después de que esa noche estuviéramos haciendo una barbacoa y tomándonos unos whiskys durante esa noche calurosa de agosto. En algún momento comenzó a lloviznar, y Miguel sugirió seguir esa costumbre de clavar dos cuchillos en cruz, para así evitar que la lluvia se prolongase. Yo calculo que para cuando Miguel hizo esto, ya había pasado la medianoche. En ese preciso momento, a unos doscientos metros de la casa, girando a mano derecha por la calle de los Nardos y bajando hacia la playa por la calle de las Acacias, el paleta le estaba asestando ocho puñaladas mortíferas a su pareja, mientras el hijo, de siete años, dormía en su habitación. Veinticuatro horas después de que María y yo tuviéramos la sensación de extrañeza por la aparición de las llaves, yo pensara en el cuento macabro del demente y durante unos minutos estuviera convencido de que había un tercero en la casa (y yo pensé en el cuchillo, pero me pareció exagerado, incluso a mí), y seis horas después de que pasaramos alegres por la cerveza bebida al frente del número 28 de la calle de las Acacias.
Una vecina, en declaraciones a El País, contó que el hombre, Epson, sufría de ataques de celos, y que ella, Marialva, "era una brasileña que volteabas a ver en la calle". Ella había regresado de Brasil hacía dos días, por lo que es posible que el día que vi a Epson en su bici ella debía estar a punto de llegar, o quizás ya había llegado. Si fue asesinada dos o tres días después de regresar de Brasil, también puedo imaginar que el ataque de celos se debió a algo que sucedió en el otro continente, lejos de Epson. Es más: quizás iba meditabundo en su bici precisamente porque estaba pensando en lo que ella le habría contado, o algún familiar le habría contado por teléfono. Pero quizás acá ya estoy exagerando.
Esta mañana, luego de ir a la playa, me detuve al final de la calle y tomé una foto de ésta. Justamente iba saliendo una mujer en un peugeot gris, y cuando me vio pasar al frente, me preguntó que si acaso le había tomado una foto a su coche. Le dije que le había tomado una foto a la calle, a lo que ella me preguntó que por qué lo había hecho. "¿Por qué no?", le pregunté, y entonces supe que podría entablar una discusión, y recurrí a una salida pacífica: le mostré la foto, para que ella se diera cuenta de que su coche a duras penas salía. "Hay que tener cuidado en estos días", me dijo: "Hace dos días hubo un crímen en esta calle". Le dije que lo sabía, pero hubiera sido un sin sentido contarle que la foto era precisamente para esta entrada.
Desde que supimos del crímen, no he podido dejar de lado la imagen de la cara del que, para entonces, aún no era un asesino.

Comentarios

martín gómez dijo…
Hummmmm, leyendo su relato sobre el crimen de Epson me resulta inevitable pensar en A sangre fría. Me parece escalofriante que ustedes distinguieran al carioca y que se cruzaran con él de vez en cuando.

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