Luz de agosto
La universidad, en agosto, parece Comala. Veo figuras caminar por los pasillos, al otro lado de esta segunda planta, pero cuando giro la cabeza me doy cuenta de que está desolada. Hace un rato bajé a la biblioteca buscando un libro de Carlos Fuentes, y había unos pocos estudiantes sentados en las mesas. Todos vienen a resucitar asignaturas perdidas durante el año, el ritual de perderse el sol en aras de la recuperación académica. O yo, que vengo a revivir todo aquello que se iba deslizando al olvido durante mis vacaciones bogotanas. Me asomo por la ventana desde mi despacho, y veo que en la calle hay actividad: pasan turistas camino a la playa, otros suben de ella, descamisados y hablando con voz fuerte. La calle está luminosa, esa luz amarilla y penetrante del sol de verano, que contrasta con un cielo azul impoluto. Pero dentro del edificio no pasa nada, ni siquiera la luz. Escucho a lo lejos el ronroneo de algún generador eléctrico, o posiblemente del aire acondicionado central. El largo pasillo me asusta, porque lo único que predomina en él es el sonido de mis chanclas. Ayer en la tarde coincidí con una mujer en el pasillo que da al patio central para fumar un cigarrillo; nos saludamos, quizás comprendiendo que éramos los únicos dos en todo el edificio. Al volver a entrar y seguir trabajando, le eché un vistazo para darle el adiós definitivo, pero pareció no inmutarse por mi presencia. Quizás es que era un fantasma, o ella no quiso voltear la cara para no encontrarse con uno.
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Saludos