Berlin calling


Desde siempre he pensado que el mejor indicador de una ciudad es su ausencia de adjetivo, en la medida en que se vislumbran en su naturaleza inefable. La primera vez que llegué a París ya había estado en el otro, en el imaginario, en el lo que luego se convirtió en materia de mi tesis. Como escribió Octavio Paz, visitar París era como releer los clásicos: siempre habíamos oído escuchar de ellos e intuíamos algún tipo de particularidad ya hecha evidente. Sobra decir que llegué con Rayuela bajo el brazo, y que me puse el abrigo entre mares de sudor a mediados de septiembre. Cuando conocí Barcelona por allá en el 97 la asocié directamente con el Port Olímpic, un vestigio de los juegos olímpicos que no tardaría en echarse a perder. De Londres recuerdo un atardecer a las cuatro y media de la tarde y del único hotel que encontramos con mis papás: una elegancia estrecha, oscura y fría—recuerdo, también, que pude usar el abrigo que el clima de París aún no me permitía. De Madrid recuerdo que llamaba insistentemente a una amiga que tenía en Barcelona, a quien ya había escrito muchas cartas y no había tenido correspondencia alguna, llamadas inútiles acompañadas de la imagen de una drag queen que bajaba por Gran Vía. De Amsterdam un puñal desnudo en un callejón oscuro, exigiendo la heroína que le había hecho supuestamente botar al suelo. Las demás ciudades que he conocido las caminé ya librado de la ingenuidad de los primeros viajes, cuando aún no hemos consolidado un marco teórico de nuestro pensamiento, cuando caminamos embriagados por calles que se desnudan una detrás de otra, como niños estrenando ojos nuevos. Precisamente por esto, haber estado en Berlín fue un regreso a la mirada infantil en las ciudades, al camino perdido de la memoria aún no adquirida y a la condición, una vez más, de inefabilidad. Escribo ahora mirando el Parc de la Ciutadella, tomando una cerveza alemana; el Parc, el único espacio verdaderamente verde de Barcelona. Y desde acá pienso de qué manera puede ser enunciada Berlín; a través de su música electrónica, a través de 20 años de educación de identidad, a través de la ciudad en el bosque que es. No se trata que en Berlín hay muchos árboles: entre los muchos árboles está Berlín. Y en su calidad de ciudad hecha bosque, resulta necesario caminar el laberinto de su desciframiento.

Barcelona, junio 19 de 2009

Comentarios

Me sorprende abrir este blog después de varios meses sin visitarlo y encontrarme un pequeño texto dedicado a la ciudad a la que he decidio ir a vivir hace apenas una semana: Berlín. De ella no tengo más que el recuerdo vago de cuando la habité un verano hace ya mas de diez años y la resonancia de una frase pronunciada por un amigo mexicano: "Berlín es una ciudad en constante búsqueda de sí, que nunca se ha encontrado." Espero poder algún día trazar, ni que sea con palabras, los contornos de su silueta. Bon voyage.
M.
letizia dijo…
hola!

soy una estudiante de culturas hispano americanas, soy italiana y estoy muy interesada en el ensayo de Cortàzar:"Paris ritmos de una ciudad" que tu tienes.
No sé si en cualquier caso tu puedas enviarmelo por correo electronico.
Serià muy importante para mi que estoy haciendo una lectura de la obra en ingles.

espero que me ayudes y con ese comentario te envio saludos.

letizia
Vicky dijo…
Hitler prohibió la tala de árboles. Es curioso que un dictador le haya heredado a Alemania los escondites el alma: los bosques.

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