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Extrañando a Martina (2)

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Como el robo me privó de un transporte en ruedas, estos días me he venido acostumbrado a la nueva dinámica de caminar. Venía bajando por las Ramblas, y se me ocurrió pasar por el sitio exact0 donde Martina fue hurtada. Venía con este extraño presentimiento de que a) estaría en el mismo sitio, y que todo esto del robo no fue más que un pretexto para una entrada en el blog; b) que la vería por ahí parqueada. Ahora bien, todo el mundo se preguntará cómo sería posible encontrarla. Sencillo: por la cadena con la cual tenía asegurado el sillín. Es de un verde fluorescente difícilmente ignorable, que se ufana de carecer de sentido estético, y lo más probable es que el ladrón no la haya quitado ya que a) lo protege de gente como él mismo ; b) no tiene la llave, y para qué romper algo si funciona bien tal cual está. Caminé hasta el Palau de la Virreina y, como es apenas natural, no estaba. Caminé un poco más, pensando en qué hacer si la vería. Y sí, se me ocurrió algo: todavía guardo la llave d...

Extrañando a Martina

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Antier, a eso de las nueve y pico de la noche, Martina me fue robada injustamente al frente del Palau de la Virreina. Regresabamos de un recital de poesía azteca, y la noche estaba medianamente caldeada: tuvimos que ver cómo un mesero de un restaurante perseguía a un hombre medianamente adormilado, gritando "¡Policía, policía!, tú eres un ladrón y no te temo". En medio de los gritos y la persecución, se incorporó en la discusión un hombre alto, fornido: no tenía nada que ver allí. Se dejó atraer por el barullo, y el mesero, inteligentemente, se le apartó, sin siquiera mirarlo a la cara, diciéndole: "No me toques". Luego una pareja de novios venía en un gritería silencioso, ella botando al piso un saco, un vaso de algo, y con lágrimas en los ojos. Ella iba a caminando con paso firme y resuelto precisamente hacia donde Martina supuestamente estaba parqueada. En el camino, un niño recostado en un árbol, mirando desafiante a la familia: "Pues me quiero perder, y m...

Problemas con Martina

Durante dos semanas, estuve pensando todo el tiempo que algo le pasaría a Martina. Cuando salía de mi casa, lo primero que hacía era revisar las llantas, a lo lejos: notar la altura del suelo, la llanta dentro del rin, el neumático ejerciendo la presión necesaria. Bien sé que ha dormido en lugares inusuales, y nunca le ha pasado nada. Pero esta vez fue distinto. Creí que tendría que ver con el arreglo de los cambios, que me salió en veinte euros. Pero no. Esta mañana todo se desveló: amaneció con una llanta desinflada. Es bueno, porque significa que esas corazonadas sí existen; es malo, porque no tendré bici sino hasta el lunes. En todo caso, la sensación profética se cumplió. Ergo, hay correspondencias con un mundo invisible.