Extrañando a Martina (2)
Como el robo me privó de un transporte en ruedas, estos días me he venido acostumbrado a la nueva dinámica de caminar. Venía bajando por las Ramblas, y se me ocurrió pasar por el sitio exact0 donde Martina fue hurtada. Venía con este extraño presentimiento de que a) estaría en el mismo sitio, y que todo esto del robo no fue más que un pretexto para una entrada en el blog; b) que la vería por ahí parqueada. Ahora bien, todo el mundo se preguntará cómo sería posible encontrarla. Sencillo: por la cadena con la cual tenía asegurado el sillín. Es de un verde fluorescente difícilmente ignorable, que se ufana de carecer de sentido estético, y lo más probable es que el ladrón no la haya quitado ya que a) lo protege de gente como él mismo ; b) no tiene la llave, y para qué romper algo si funciona bien tal cual está. Caminé hasta el Palau de la Virreina y, como es apenas natural, no estaba. Caminé un poco más, pensando en qué hacer si la vería. Y sí, se me ocurrió algo: todavía guardo la llave de la cadena del sillín. De encontrarme con Martina, primero recuperaría el sillín, y segundo utilizaría la cadena para amarrarla por la parte posterior al poste más cercano. Y me quedaría un buen rato esperando a que apareciera el cabrón que se le robó, o al pringao' que la compró. Y me divertiría de lo lindo.
Vengativo, dirán algunos. Sí, tiene algo de eso. Seguiré caminando con la llave en el mismo llavero donde tengo la de la casa, la del despacho, la del buzón. Teniendo clara consciencia de que este deseo de venganza, de poderse cumplir, me daría una satisfacción aún más grande: encontrar una bici en particular en una ciudad en que debe haber más de veinte mil. Sería una coincidencia extraordinaria.
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