Una esquina del Parc de la Ciutadella

En el Parc de la Ciutadella, entrando por el costado que da con el final de Marques de la Argentera, encontré esta semana una escultura sumamente extraña, como lo son casi todas las fábulas griegas. Ahora en ambiente primaveral la escultura está rodeada por una atmósfera sumamente verde: desde la calle que dirige al párking hay un camino, a mano izquierda, formado por frondosos naranjos, encerrándola ópticamente en la distancia. Así, a través de las ramas que confluyen en el sendero, se vislumbra al fondo un círculo formado por 10 árboles, y uno más de dimensiones más pequeñas que, a pesar de tener un aire de intromisión, no atenta contra el orden general. Los diez-once- árboles forman un círculo perfecto en cuyo centro se encuentra una fuente, o eso parece ser, con aguas sucias. La fuente se encuentra debajo de la misteriosa escultura: un ave de grandes dimensiones, largas alas y pico largo y puntiagudo, posado encima de lo que parece ser un zorro, que a su vez parece estar en posición de defensa o alerta debido al peso del aire. La cara del zorro goza de una vivacidad interesante, y es precisamente esto lo que le da dinámica a la escultura. El zorro está a su vez situado sobre una piedra rectangular, y a su vez una vasija (que si no fuera por el mármol sería de barro) indica que, por su boca, sale agua de vez en cuando. Al lado, un plato desocupado. A pesar de poder reconocer los cuatro elementos que la caracterizan, no se entiende muy bien qué sucede. De la misma manera, estar en el centro del círculo hecho con los árboles da la impresión de un extraño ritual, siendo éstos los guardianes o simples testigos. Las bancas para sentarse, precisamente donde me encuentro ahora, están situadas fuera del círculo. Es como si nosotros no pudiéramos ser sino simples espectadores pasivos, desde fuera del círculo- somos ex-céntricos. En una de las bancas duerme ahora un clochard.
El ave, con aire de repentina grandeza, es impávida. Sin embargo, es el zorro quien parece estar atento. Me gustaría saber el nombre de la escultura, pero lo más probable es que me desvele el misterio que ahora presiento. ¿Qué está sucediendo? ¿Está el ave protegiendo al zorro, o está el ave atacándolo? Me intriga el plato y la vasija: ¿a quién servirán, qué otra escultura se nutrirá de ésta? Es intrigante el contraste entre los dos animales: uno placentero, el otro tenso. ¿Qué hay detrás de todo esto?
Ahora mismo, para mí no es más que un círculo festivo-se acaba de posar una paloma sobre la cabeza del ave, y debo aceptar que no le quita grandeza-, un círculo extraído quién sabe de dónde, cuyo único propósito es detener al caminante para que participe de este extraño ritual animal, donde el zorro muere por el lomo y el ave se petrifica encima suyo. Si atravesara el círculo, me encontraría de frente con los jardines de Fontseré Mestre, pero en este momento no parece ser una edificación de 1899, sino el núcleo desde donde se vigila el ritual. Quizás los animales salieron de allí, y una vez se encontraron dentro del círculo, se hicieron mármol; de pronto los árboles son simples plebeyos que rinden culto a unos extraños dioses.
Intento caminar todos los dias por el Parc de la Ciutadella, donde de repente tenemos estas súbitas apariciones que nos dan qué pensar, o por lo menos material para una entrada nueva en el blog.

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