En la altura
Mi paso por la ciudad implicó un doble vacío: no me quedaría allí, y de quedarme no te habría encontrado. En pleno descenso sentí los cero grados con los que recibiría a sus viajeros, todos de madrugada. Caminé lo justo, buscando la puerta asignada, atravesando controles infames, policías injustos, sabiéndome en tenso movimiento. Sin embargo tu presencia etérea aplacó cualquier sentimiento de soledad, porque tú eres aeropuerto, eres estación, eres pasaje, eres puente, eres movimiento. Las ciudades, ya lo sabíamos, juegan nuestro juego: paso por aquella que nos vivió dirigiéndome a aquella otra a la que pertenecemos, pero que jamás nos ha cruzado. Tú, por tu parte, estás en una ciudad que desconozco, que de hecho hasta antes de tu viaje había cargado con dolores del pasado y tétricas divagaciones— en ti recuperé la ambición de la playa lisboeta— y dentro de algunas semanas irás a otra que conozco como ninguna. Somos la calle, somos el pasaje: en nuestros ojos se puede leer la dirección ...