En la altura
Mi paso por la ciudad implicó un doble vacío: no me quedaría allí, y de quedarme no te habría encontrado. En pleno descenso sentí los cero grados con los que recibiría a sus viajeros, todos de madrugada. Caminé lo justo, buscando la puerta asignada, atravesando controles infames, policías injustos, sabiéndome en tenso movimiento. Sin embargo tu presencia etérea aplacó cualquier sentimiento de soledad, porque tú eres aeropuerto, eres estación, eres pasaje, eres puente, eres movimiento. Las ciudades, ya lo sabíamos, juegan nuestro juego: paso por aquella que nos vivió dirigiéndome a aquella otra a la que pertenecemos, pero que jamás nos ha cruzado. Tú, por tu parte, estás en una ciudad que desconozco, que de hecho hasta antes de tu viaje había cargado con dolores del pasado y tétricas divagaciones— en ti recuperé la ambición de la playa lisboeta— y dentro de algunas semanas irás a otra que conozco como ninguna. Somos la calle, somos el pasaje: en nuestros ojos se puede leer la dirección de nuestros pasos.
Acá, en la altura, veo tu rostro tallado en el marfil luminoso de las nubes.
¿Pero cómo encontrar la dirección de mi mirada? ¿Cómo imaginarte en Bogotá, ma belle vagabonde, si jamás pensé que esta misteriosa matrona pudiera hacer surgir de sus entrañas una mirada como la tuya? ¿Y si en vez de la promenade plantée hubiera sido el jardín botánico, en vez de la rue Cadet la Jiménez, o la sabana hermosa y melancólica, las parcelas templadas que surcan la altura de nuestra capital, las tardes de sol hiriente y verde sempiterno? ¿Cómo nos hubiéramos visto, cómo nos hubiéramos deseado, cuál habría sido nuestro juego de seducción? Sin proponérmelo, caminaré sus calles buscando tus ojos de jade. Buscaré tu sombra en las aceras, intentaré descifrar la ciudad a partir de tu mirada, te imaginaré en otras épocas, en otras instancias, en otros tiempos. Te retrataré en calles peligrosas, te imaginaré en parques nunca antes visitados, te veré de fiesta en clubes desconocidos. Te buscaré en parejas que se acaban de cruzar en el camino de la ciudad, te buscaré en parajes donde jamás te he visto, y me aseguraré de encontrarte en alguna esquina: la imagino sombreada, algún gran eucalipto en su costado derecho, a pocos pasos de una tienda de barrio. Será la esquina que te verá nacer, bajo la luz incierta de mi mirada, para ser presencia y ausencia: una esquina que, sin saberlo plenamente, será testigo de nuestro encuentro.
Acá, en la altura, veo tu rostro tallado en el marfil luminoso de las nubes.
¿Pero cómo encontrar la dirección de mi mirada? ¿Cómo imaginarte en Bogotá, ma belle vagabonde, si jamás pensé que esta misteriosa matrona pudiera hacer surgir de sus entrañas una mirada como la tuya? ¿Y si en vez de la promenade plantée hubiera sido el jardín botánico, en vez de la rue Cadet la Jiménez, o la sabana hermosa y melancólica, las parcelas templadas que surcan la altura de nuestra capital, las tardes de sol hiriente y verde sempiterno? ¿Cómo nos hubiéramos visto, cómo nos hubiéramos deseado, cuál habría sido nuestro juego de seducción? Sin proponérmelo, caminaré sus calles buscando tus ojos de jade. Buscaré tu sombra en las aceras, intentaré descifrar la ciudad a partir de tu mirada, te imaginaré en otras épocas, en otras instancias, en otros tiempos. Te retrataré en calles peligrosas, te imaginaré en parques nunca antes visitados, te veré de fiesta en clubes desconocidos. Te buscaré en parejas que se acaban de cruzar en el camino de la ciudad, te buscaré en parajes donde jamás te he visto, y me aseguraré de encontrarte en alguna esquina: la imagino sombreada, algún gran eucalipto en su costado derecho, a pocos pasos de una tienda de barrio. Será la esquina que te verá nacer, bajo la luz incierta de mi mirada, para ser presencia y ausencia: una esquina que, sin saberlo plenamente, será testigo de nuestro encuentro.
Avión París-Bogotá, dic. 8/2008
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