Le chill

Entre las variadas y siempre alternativas posibilidades de expresión amorosa, sin lugar a dudas la musical abarca todos los escenarios y bambalinas de cualquier educación sentimental. Cuando Dorian accede a tocar un Nocturno en aquella estancia interior, Lord Henry suspira de manera divina: “Gracias a Dios nos queda por lo menos un arte no imitativo.” Y esto es porque la emoción sentimental de la música sólo se parece a sí misma, sólo se imita a sí misma: nada más vive fuera de ella, y sin lugar a dudas se consagra en el paladar de cualquier oyente de una manera certera, precisa y gloriosa.

Crear, pues, un playlist no es más que la sistemática traducción de una carta de amor. Desde hacía meses venía trabajando en un playlist que de alguna manera reflejara mi plancha de anatomía sentimental: que cada una de las canciones diera fe, calcada al carboncillo o registrada en daguerrotipo, de cada una de las emociones que venía configurando desde un cambio de mirada— así, pues, no es solamente la música a la escritura, sino también el oído a la mirada. Me esmeré; escuché; sentí. Había algo en la providencia del tiempo que me obligaba a tenerla lista, a saber lo que en ella se contenía, porque es bien sabido que no hay sensación más hermosa que aquella de compartir una canción que nos subleva con aquella mujer que también lo hace. Divagando llegué a ti, mi bella vagabunda, y te convertiste en música. De allí la necesidad imperiosa de dejar el sofá, deshacer los nudos de los brazos y desacomodar tu cuerpo de jade para caminar hasta el equipo de sonido y decir: “Pondré esta canción porque quiero convertirla en este momento.” Así, pues, es el poderío de tu presencia, maga ineludible, convertidora de emociones: descompones cada sílaba amorosa para hacer de ella un nuevo mundo. En ese momento puse play a esa canción porque desde siempre supe que eras un fruto real, y heme aquí escuchándola, con un sol barcelonés en la ventana, con los árboles aún verdes de la calle Viladomat, con un frío que intenta treparse por debajo del escritorio. Pero me da igual el frío: no me encuentro aquí. Me encuentro en otra parte. Me encuentro mirando de lejos una ventana que también tenía árboles pero con hojas amarillas, una avenida que se dirigía a una de las puertas de la ciudad, unos caminantes luchando contra un frío invernal, unas torres grisáceas a lo lejos. Me encuentro con las manos entrecruzadas, me encuentro expectante, me encuentro divagador. Es el sabor de la magdalena; es el perfume que nos devuelve en el tiempo de una manera amorosa.

La música es la lucha contra el paso del tiempo, y la compilación musical que nos retrata es la más pura y verdadera carta de amor. En cada una de las canciones buscamos la plena correspondencia sentimental, al reconocer, de manera hermosa aún cuando atrevida, que dejamos de tener dos oídos, dos ojos y una boca, puesto que la polifonía ya nos ha convertido en un ser conjunto, en el presente y en la memoria del encuentro.


Barcelona, diciembre 2/2008



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