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Adiós a Viladomat

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Nada nos aterra más que un cambio de espacio. Los gatos-al igual que los hombres-, cuando entran en casa desconocidas, son fieles al suelo; reptan, en un acto en que tanto cuello, barriga y cola no se desprenden del piso. Es una reacción natural: no saben qué hay detrás del mueble, encima de la mesa, más allá de la lámpara. A medida que se relaciona con el espacio, empieza a caminar erguido, levanta la cabeza, sus orejas recuperan su "puntiagudez" de tal manera que se siente comprendido en el lugar. Luego de días, o incluso meses, se lanzará a la conquista de las alturas, y es entonces cuando lo veremos encima del armario de dos metros, desde la repisa del equipo de sonido, pasando de la cama a la silla con la naturalidad de un ilustre terrateniente. Los novillos, al contrario, cuando se cambian de potrero, tienen un primer impulso espectacular: corriendo en manada reconocen cada una de sus esquinas. Por lo general es necesario trasladarlos porque el potrero en el cual se enc...