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Berlin calling

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Desde siempre he pensado que el mejor indicador de una ciudad es su ausencia de adjetivo, en la medida en que se vislumbran en su naturaleza inefable. La primera vez que llegué a París ya había estado en el otro, en el imaginario, en el lo que luego se convirtió en materia de mi tesis. Como escribió Octavio Paz, visitar París era como releer los clásicos: siempre habíamos oído escuchar de ellos e intuíamos algún tipo de particularidad ya hecha evidente. Sobra decir que llegué con Rayuela bajo el brazo, y que me puse el abrigo entre mares de sudor a mediados de septiembre. Cuando conocí Barcelona por allá en el 97 la asocié directamente con el Port Olímpic, un vestigio de los juegos olímpicos que no tardaría en echarse a perder. De Londres recuerdo un atardecer a las cuatro y media de la tarde y del único hotel que encontramos con mis papás: una elegancia estrecha, oscura y fría—recuerdo, también, que pude usar el abrigo que el clima de París aún no me permitía. De Madrid recuerdo que

Agua

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Hoy en la noche, mientras preparaba un plato de espaguetis con una salsa que ya se me había ocurrido alguna otra vez. El agua había empezado a hervir, pero antes de esto ya había yo picado la mitad de la cebolla de Gerona, morada como un repollo sin tener absolutamente nada que ver, y la otra mitad de cebolla normal como un redondel, blanca como cualquier otra, y dos ajos. Mientras puse a fuego lento la combinación de todo esto mas un calabacín picado en finas esquinas, cada una independiente, en una buena cantidad de aceite de oliva sin olvidar la sal y la pimienta, y luego de haberlo dejado una buena veintena de minutos allí cocerse y soltar y dar sabor, decidí que era momento de poner los tomates picados en cuadrantes no del todo perfectos. Para esto, saqué un limpión, y sostenidos en la misma mano comencé a lavarlos. Mientras caía el agua de la llave imaginé los centenares de miles de hogares que exactamente en ese momento estaban haciendo eso: lavando un tomate. Aún así, pensé: “N

A mi abuelo

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Abuelo hermoso de rostro nacarado, desde mi sangre canta su voz venerable; roble, guayacán, nogal alumbrado, imagen perpetua del Amor indomable. Usted vive en mí, abuelo hermoso de cabellera nevada, en mis brazos, en mis piernas, en mi corazón encalambrado; león, oso pardo, pantera renombrada, maestro del Amor, del caminar, de la senda dorada. Su rostro se refleja en mi mirada, abuelo hermoso, forjador de familia entronada; diamante, amatista, gema templada, luz pura y poesía plateada. Alguna vez usted lo escribió, abuelo: “El silencio también tiene resonancia”. El mirlo y la alondra recordarán cada mañana su aumentada y cálida voz argentada. Que cante la naturaleza entera, abuelo, que canten los ríos y los guaduales: jamás palabra que hable de usted no podrá ser sino cantada. Lenguaje del infinito, cariño entrañable; abrazo eterno, rosa fulgurante. Impávido coloso, titán inolvidable, rocío de conocimiento, amor envidiable. ¡Abuelo hermoso, viejo admirable, corazón atrevido, vividor in

Old father, old artificer

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En estos tiempos magníficos, le cedo mi voluntad y destino al azar, qui seul parmi les divinités a savait garder son prestige . De nada me sirve planear encuentros, si me niego a vivir en un mundo profano. De nada sirve empujar, elucubrar, planear: lejos de mí están las ínfulas de un ingeniero urbano. No soy yo quien crea el encuentro, la rencontre , la sensación, la sorpresa. Mi única amante es el azar, que tiene ese cuerpo que adopta siempre tantas caras. Azar, mantenme siempre bajo tus alas, resguárdame de la vida precisa, meticulosa, planeada. Déjame en el punto justo y preciso del encuentro amoroso, y entonces desaparece para siempre. Pero ahora me rindo ante ti, humilde y observador, para que hagas de mi vagabondage una aventura en el bosque. París, 5 de febrero de 2009

Porte de Montorgueil

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la porte de montorgueil con su surco de letras doradas y sus terrazas al abrigo del viento nefasto que hace temblar mis rodillas ven entremos a este café de toldos rojos y vientos ensordecedores compartiremos cada plato sin importar el tamaño no te preocupes por tus cigarrillos he traído de liar y los hago más bien rápido, deja tus light de lado te los he traído y quién sabe cuándo podrás fumarlos de nuevo y es la presión de una represa la que siento venir desde el interior de mi cuerpo son palabras que no dejo salir son labios que no dejo mover son manos encadenadas a un recuerdo que nos acecha C’est bien c’est bien je n’en parlerai jamais plus Je garderai cette colère dans ma bouche enajenada del cuerpo refrendado la rebeldía de mi lengua agazapada la obstinación de mi ojo izquierdo por sorprender un momento tu mirada perdida qué más da el temporal que arremete contra tu falda gris qué más da he perdido mis pies bajo este adoquinado de hielo de la rue montorgueil con su surco de le

La porte de Bagnolet

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La porte de Bagnolet se queda pequeña para cada uno de mis recuerdos, como aquél Cristo de alguna iglesia nuestra que creció en tamaño para evitar que el gran portón café lo dejara partir, y mira que no son tantos, apenas te veo y ya conozco mis recuerdos de más de mil años, pero qué quieres que haga, así funciona la ensoñación y poco o nada haré para deshacerme de ella Je suis l’hérésiarque de toutes les églises Je te préfère à tout ce qui vaut de vivre et de mourir . Cuando te sujetas el pelo y dejas en alta vista el tallo perfecto de tu cuello, cuando sabes de sobra que llamas voces e incitas susurros bien sabes cómo es no te sonrojes el mar rojo siempre se verá hermoso en tu rostro nacarado, cuando siento que vuelves de tus parajes desconocidos para revestirte de misterio cuando eres l’image vagabonde de poemas aturdidos vuelvo sobre mi recuerdo y vuelvo sobre las tablillas de mi prehistoria, pero qué es esto que recibo ahora, qué es esta mi voz de ultratumba y mi desmesurada memo

Tifinagh

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Al llegar supe que me era completamente necesario “hacer tiempo”, como si fuera algo tan sencillo y cotidiano de hacer— máxime sabiendo que me esperaba hacerlo con el grueso saco azul debajo del fiel abrigo arrastrando mi siempre pesada maleta con mi mano izquierda— luego de una brutal en cuanto tonta cortada que me hice esta mañana, ¿por qué se me habrá ocurrido quitarle las motas a mi buzo café justo hoy, antes de salir, a sabiendas de que no lo usaría hasta dentro de unos días, a sabiendas de que esas malditas cuchillas de afeitar del Día no sirven más que para agredir la cara o, en su defecto, mi pulgar izquierdo?— no hay sensación más grotesca que la de saberse caminando con una gasa que permite ver la sangre que la herida no ha dejado de emanar— aún sabiendo todo esto me dejé llevar luego de haber descendido del Roissybus justo al frente de la Opéra, tomar la Mogador hacia arriba, ver que en el teatro siguen representando “El rey león” y que las obras circundantes a las galerías