Una mañana cualquiera de lunes

Esta mañana me despertó la lluvia. Es una deliciosa sensación, a pesar de la falta de luz. La mañana me recibió con la ventana abierta, y a través de las rendijas de la persiana se podía escuchar, con un suave tono monótono, una lluvia intempestiva, frágil, duradera. Cuando salí de mi cuarto tuve que revisar dos veces el reloj, porque la luz que había en la sala difícilmente parecía la de las nueve de la mañana de un lunes de primavera. Al fondo, la terraza con un aire gris. Al asomarme, debo aceptar que tuve una visión casi aterradora, porque no esperaba encontrarme con un cielo como el de hoy. Me encantan los cielos nebulosos en los que las nubes logran mantener su color metálico, su textura férrea, a la vez que logran desplazarse a velocidades increíbles. Las nubes no adoptaron ninguna figura, porque éstas eran indomables hasta para las similitudes. Éstas eran solo nubes. Corrí hasta mi cuarto por la cámara de fotos, y logré sacar éstas. Estaba esperando el momento en que el cielo se abriera.
En una clase de García Márquez, en Bogotá, fuimos testigos de una de las más violentas tormentas que jamás he visto. Gracias a esas coincidencias que sólo nos dan la literatura -tanto la mala como la buena-, el cielo se desgarró justo en el instante en que leíamos que Aureliano Babilonia desifraba los manuscritos de Melquíades. Nadie resaltó esta coincidencia, porque era más que evidente.
Pero esta mañana no pensé en García Márquez, no pensé en Bogotá y tampoco pensé en la literatura. Pensé en la manera como el cielo logra adoptar escenas cinematográficas, sin cámara o pantalla de por medio. Bastó un par de minutos de un viento aterrador para que la cortina férrea se desplazara, desvelando el misterio que se encontraba detrás de ella. El misterio es siempre el mismo: allá arriba, en la altura, hace un día soleado. Pensé en el Apocalipsis de Juan de Patmos: por unos segundos, creo que alcancé a ver una esquina polvorienta de lo que él pudo haber visto. Me atrevería a pensar que esa visión fue solo para mí, pero ya sería una exageración sin precedentes.
Minutos después, el sol pegaba puntillosamente sobre la terraza. Pero esto, si bien hace que el día sea más ameno, no cuenta con el componente aterrador con que me dio la bienvenida esta nueva semana. Un terror, por demás, delicioso.

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