La reproduction interdite
En cada una de las oportunidades cotidianas, podemos optar por no obedecer ningún impulso ciego, y asimismo dejarnos llevar por una corriente modestamente misteriosa que implica necesariamente una pasividad absoluta en el momento de vivir. La imposible diferenciación entre el yo y el cuerpo nos permite imaginar un paraíso artificial, en la medida de entender lo material, lo corporal y lo biológico como un disfraz, una máscara que todos los días, en el momento en que se abre el telón-el abrir los ojos- nos encontramos frente a unas butacas de teatro desocupadas, una sala de cine solitaria. Podríamos llevar a cabo una representación que no es ensayo de actor filántropo sino precisamente una obra que es ensayo, prueba y error. Quizás de ahí la satisfacción absoluta, que cada día se renueva, de poder mirarnos al espejo. Ya somos cuatro, el yo de la imagen y el yo que se refleja, el cuerpo inmaterial reflejado y lo biológico que se presta. Quizás es esa precisamente el gran asombro y terror de Too-Wit cuando se mira al espejo: comprobar que la obra de teatro tiene un espectador pasivo. Por eso, los seres más solitarios, destinados a caminar solos por la noche de los tiempos, son los vampiros: jamás sabrán cómo es su cara (me pregunto, entonces, por qué el esmero del conde Drácula interpretado por Bela Lugosi para tener un peinado tan perfecto).
Una vez en una fiesta intenté caminar hacia una sala posterior a través de una pequeña puerta. Cuando fui a pasar, me pegué de frente con otra persona que salía de la sala. Yo me hice a la izquierda para que él pasara, mientras que él se hacía a la derecha para que yo pasara. Luego fue al revés, yo sentía que lo conocía, me sonreía levemente. Así estuve durante unos segundos. Hasta que Arturo me dijo que me estaba mirando al espejo. Claro, el cuento es genial, puesto que goza de un patetismo exacerbado. Sin embargo, creo que fue la primera vez en que me pude ver completamente desde fuera. Luego comprendí que fue un momento de soledad absoluta: carecía de espectador pasivo para la obra diaria. El cuerpo, lo biológico y lo material, estaba siendo completamente ignorado. Fue un momento en el que sólo habitaba el "yo". Y, de nuevo, ese "yo es otro".
Privado de la obra de teatro, lo único que pudimos hacer después fue reír tontamente.
Una vez en una fiesta intenté caminar hacia una sala posterior a través de una pequeña puerta. Cuando fui a pasar, me pegué de frente con otra persona que salía de la sala. Yo me hice a la izquierda para que él pasara, mientras que él se hacía a la derecha para que yo pasara. Luego fue al revés, yo sentía que lo conocía, me sonreía levemente. Así estuve durante unos segundos. Hasta que Arturo me dijo que me estaba mirando al espejo. Claro, el cuento es genial, puesto que goza de un patetismo exacerbado. Sin embargo, creo que fue la primera vez en que me pude ver completamente desde fuera. Luego comprendí que fue un momento de soledad absoluta: carecía de espectador pasivo para la obra diaria. El cuerpo, lo biológico y lo material, estaba siendo completamente ignorado. Fue un momento en el que sólo habitaba el "yo". Y, de nuevo, ese "yo es otro".
Privado de la obra de teatro, lo único que pudimos hacer después fue reír tontamente.
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