Magritte insólito
Y luego, precisamente luego de esos ojos de vida muerta, de esa mirada que contrajo hasta al corazón más esquivo, apareció esta otra mujer insólita, también desconocida para mí. Hoy, ocho días después de la tormenta, volví a ella, y pasé de unos ojos llenos de vida, a unos ausentes, en contraste desaforado con la escena, ignorando esas otras aves que, indifentes a la escena grotesca y obscena, ya esperan ser devorados sin preocupación alguna, ya presencian el extraño ritual con un aire de testigo indiferente. Si bien la lengua de esta Jeune fille mangeant un oiseau de Magritte se confunde con la carne devorada, los ojos están precisamente fuera de escena. La sangre salpicada en los dedos y en el cuello marrón de una hasta entonces jeune fille inocente me producen un espanto completamente diferente al de la muñeca de Bellmer. Me intriga ese aire de nefasta indignación, de inercia demencial en el proceso de devoración, en esos ojos que pretenden apartar la acción de la pasión. Pueden ser los ojos de una amante desolada; pero, en cambio, son los ojos de una paloma devorada. Los papeles se invierten en este Magritte insólito, que ahora toma unas dimensiones desconocidas para mí: mientras que los ojos de la joven deberían estar cerrados, como los de la paloma, están en realidad resignados, como los de la devorada. Víctima y victimario son uno solo en carne: cuerpo devorado y lengua devoradora, ojos ausentes y aterradora visión.
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