Extrañando a Martina


Antier, a eso de las nueve y pico de la noche, Martina me fue robada injustamente al frente del Palau de la Virreina. Regresabamos de un recital de poesía azteca, y la noche estaba medianamente caldeada: tuvimos que ver cómo un mesero de un restaurante perseguía a un hombre medianamente adormilado, gritando "¡Policía, policía!, tú eres un ladrón y no te temo". En medio de los gritos y la persecución, se incorporó en la discusión un hombre alto, fornido: no tenía nada que ver allí. Se dejó atraer por el barullo, y el mesero, inteligentemente, se le apartó, sin siquiera mirarlo a la cara, diciéndole: "No me toques".
Luego una pareja de novios venía en un gritería silencioso, ella botando al piso un saco, un vaso de algo, y con lágrimas en los ojos. Ella iba a caminando con paso firme y resuelto precisamente hacia donde Martina supuestamente estaba parqueada. En el camino, un niño recostado en un árbol, mirando desafiante a la familia: "Pues me quiero perder, y me quedaré acá mismo".
No tardamos mucho en darnos cuenta de que Martina había desaparecido. Mi impresión es que no la até bien al tubo, así que el ladrón- ¡quien quiera que seas, larga será tu estadía en el infierno!- simplemente tuvo (vaya paradoja) que levantar la bici de sitio, y llevársela, así sin problema, mientras ella sabía que estaba siendo raptada. Entonces nos tocó caminar hasta la casa.
Ahora que lo pienso, son dos las circunstancias que me llaman la atención; naturalmente la atmósfera de la noche en que se la han llevado (la violencia, la agitación, todo eso), pero también mis recientes comentarios acerca de Martina. Hacía poco le había comentado a María: tengo pereza de montar en bici, estoy pasando por una etapa de cansancio; también, debía llevarla desde hace días a arreglar los frenos, porque estaban dañados; por último, pero quizás no tan importante, el constante pensamiento de que iba a ser hurtada. Y finalmente sucedió.
No creo mucho que el destino o la realidad me viniera diciendo que Martina desaparecería, porque de igual manera se la hubieran llevado. No era un mensaje profético, sino más bien constatativo: esto es lo que sucederá. De alguna manera, es posible, yo mismo ayudé a ese robo, al comprender que tenía pereza de montar en bici. Quizás el robo no fue tan injusto después de todo: los frenos estaban dañados (es posible que el ladrón se hubiera ido de jeta apenas robada), el sillín venía molestando, los cambios nunca funcionaron debidamente.
Pero todo esto es lo de menos-como siempre, la avalancha de la realidad: el domingo en la noche, luego de un año de constante servicio, Martina me fue hurtada.

Comentarios

Anónimo dijo…
Pobre Martina, te echará de menos. Camilo, te pasan unas cosas sobrenaturales que, si yo fuera tú, empezaría a preocuparme... ¿Qué es eso de que andabas "desprendiéndote" de Martina desde hacía días? Qué miedo...
Camilo Hoyos G. dijo…
Je je, tienes toda la razón. Es ese "sentido augural" surrealista, supongo yo. Hasta de pronto Martina no era tan pasiva como creía, y mira, ella misma se terminó soltando, en medio de risas. Quién sabe qué patán (o bueno, galán) la estará ahora manejando en este calor.

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