Un martes de luto


Rimbaud debió haber muerto un martes. No me refiero a ese 10 de noviembre de 1891, meses después de que el carcinoma le amputara la pierna, y luego la metástasis le obstruyera el brazo derecho. No; ese Rimbaud era apenas un zombi. Me refiero al Rimbaud que atravesó esa noche en el infierno y que luego de haber intentado descubrir la alquimia poética, supo que su empresa era fallida, y de nada servía seguir caminando los oscuros pasadizos de la poesía. Es verdad que Une Saison en Enfer es un poema en prosa, pero esa no es toda la verdad: Une Saison es el melancólico testamento de aquél que creyó estar frente al absoluto, pero supo que no era más que un artificio venturoso. La alquimia de su verbo vivencial se redujo a una sencilla frase: "Moi! Moi quie me suis dit mage ou ange, dispensé de toute morale, je suis rendu au sol, avec un devoir à chercher, et la realité rugueuse à éteindre! Paysan!" Luego de haber intentado alcanzar el secreto del Alto, se ve resignado a trabajar la tierra. Entonces ya no valía la pena seguir jugando a la poesía.
La mañana de la que habla durante su viaje tuvo que haber sido la de un martes, porque el infierno sólo aparece un lunes, precisamente luego de la tormenta, luego de las nubes férreas, luego del hierro en el aire. Rimbaud murió con ese "Adieu", porque no solamente se despedía de la poesía, sino que se dejaba a sí mismo en la playa de un posible Purgatorio. Al contrario de Dante, qué le interesaba a él subir esa montaña, o incluso reconocer los nueve aros divinos. Para qué conocer todo aquello, si es en el infierno de donde proceden las grandes resoluciones. Ese día de julio de 1873 tuvo que ser necesariamente un martes, sin estar en mitad de la semana, tiznado aún con la brasa infernal, lejos todavía de ver la orilla de una semana que empieza a terminar. Guerrero como ninguno, encontró la muerte el día de Marte. Ése fue el martes de su verdarero naufragio, y el barco ebrio del joven hermoso levó anclas en su océano experimental para jamás volver sobre él. Y luego de esto, lloró incansablemente. ¿Cómo comprenderlo? ¿Cómo intentar igualar ese amor a la poesía que lo hizo asesinarla?
En la labor de rastrear a Dédalo es completamente necesario volver una y otra vez sobre la resolución caótica y tajante de este joven de 19 años cuyo cuerpo aún debe estar reposando en alguna playa soleada, allá arriba, detrás de las nubes férreas, todavía viendo más allá de la divina providencia. Sólo pensándolo así podremos desvelar la cortina que aún oculta su mirada.

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