Vorágine
11:20 pm, estación Urquinaona. Mientras espero el metro de la línea roja que me llevará hasta Rocafort, veo a mi lado una pareja de amantes que se besan lentamente, indiferentes al tiempo, a la hora y al sentir mundano de estos rieles. Intento leer un libro de Réda, y sólo escucho el crujir de sus chaquetas de cuero. Hay una pasión explotando en sus bocas, que intenta depurarse a través de sus brazos, de sus manos desenguantadas. Los amantes que se besan en las calles, en los andenes de metro, en las estaciones de bus, en los parques fríos, en los monumentos olvidados, en las escaleras que no llevan a ninguna parte, en los callejones fríos y en los pasadizos multitudinarios, son dueños del tiempo. Postrados sobre los límites de lo terrenal, observan el mundo invertido en la lengua del otro. Hay una lucha a muerte amorosa y golpe de gracia divino en cada uno de los lateres del cuerpo ahora agazapado. Llega el metro, se sientan en la última banca. Este vagón está repartido en espacios cu...