Bracafé


Entro solo a un Bracafé.Pienso esperar a María tomando un café y leyendo algo mientras ella asiste a una entrevista de trabajo. Dejo la maleta encima de la mesa, le pido al mesero un cortado, y le pregunto de una vez si tienen acaso una máquina para comprar cigarrillos. Me dice que está de la barra cuadrada, y entonces saco unas monedas -tengo el cambio exacto-, y dejo todo encima de la mesa mientras me dirijo detrás de la barra cuadrada. Pido que prendan la máquina y compro unos Ducados, todo no toma más de un minuto. Al regresar, encuentro el cortado en la mesa, al lado de la maleta. Intento ser cauto mientras la quito de allí encima, pero no logro evitar que el cortado se voltée con una esquina de la maleta gris. En cuestión de segundos se forma una estrella parda de tres puntas, que crece hasta el momento en que se empieza a disolver por sus puntas. Entonces cae el café al piso, sobre la silla del lado, salpica contra la pared de madera. Pido un trapo en la barra, y acude entonces el mismo mesero, su malesar es visible, y yo digo algo que de alguna manera intenta exculparme del pequeño desastre estrellado que acabo de hacer. Me cambio de mesa, no sin antes pedir otro cortado. Extraigo entonces un libro que tengo pendiente desde hace bastante, de Léon Paul Fargue. Comienzo sy lectura, un prólogo en cursiva. Desciendo por sus líneas, pero hay algo que no me deja concentrar. Me detengo, y caigo en cuenta: es el café que acabo de derramar. Siempre he recibido estos pequeños sucesos con algo de cautela -romper un vaso, dejar caer un cenicero, despicar un plato- porque siento que esta pequeña irrupción en mi cotidianeidad, de alguna manera, me dice algo. ¿Por qué ahora, de manera tan veloz, boto un cortado caliente que me acababan de traer? ¿Por qué, como un cuento de O'Connor, todo sucede tan rápido, sin siquiera pensar en su posibilidad? No es nada fatalista: esto no implica que algo me vaya a suceder después, que sea una premonición fatal. Pero de alguna manera, así sea muy pequeña, estoy en una situación límite. Es un pequeño evento que sale de lo común porque, como es sabido, regar alimentos siempre es excepcional. Encuentro, así, en una ridícula situación, algo que me separa de la mesa, del café y del libro: caminé demasiado cerca de una intersección de líneas.

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