A la memoria de Simón Restrepo, por Lady Macbeth
Como si no bastara con decirlo, anunciarlo, desafiarlo, algunas veces incluso llegó a hacerlo. Me tomó de sorpresa y se abalanzó sobre mí con el ímpetu del adolescente sin prejuicios y me plantó un beso en la mejilla con todas las ganas de querer decir no solamente cuánto te quiero sino también, y especialmente, cuánto te vulnero. Y, como si me conociera de siempre, claro que me vulneraba. El primer día en el colegio, de regreso a mi casa, cargaba apenas con un par de certezas. La primera era que tal vez ese no era mi lugar, la segunda era que tal vez sí porque allí había descubierto a alguien llamado Simón. Va a ser mi alumno estrella, repetí ese día; usted no es mi alumno estrella sino mi alumno estrellado, le diría varias veces tiempo después. Y él se reiría a carcajadas y me diría entre líneas que no tenía ningún interés en ser el mejor y que la mediocridad para él no era el demonio que todos habían querido hacerle creer. Con qué dulzura me habría de recibir cada día, con qué sonri...