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Mostrando las entradas de octubre, 2007

Dedaliana (II)

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No hace mucho, en el bus, sentí un olor particular. No pude reconocer qué olor era precisamente, pero sí sabía que ya lo había sentido en alguna otra ocasión. Pero me llegó a la mente no el “referente” de ese olor, sino un olor que ese olor me recordaba. Ahora que veo escrita la palabra, goza de una extrañeza sin precedentes: olor. Si hubiera escrito color , esa palabra tendría un color en particular: el negro de la letra del computador. Sin embargo, escribir olor no comporta ninguna acción performativa, en la medida en que es neutra, no propicia a una combinación de lenguajes. Al principio, el olor que sentí era desconocido, pero ya pasando la calle Trafalgar lo reconocí como una aroma de vainilla. Pero al reconocer el referente del olor—la vainilla—, olvidé el otro olor que estaba tratando de recordar, que era el que realmente me llamaba la atención, quizás porque me conectaría con alguna persona que hacía mucho no veía, o con una situación en particular. Sé que la persona o la sit

El llanto amoroso

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El llanto impide la comunicación. Al igual que su hermana contraria, la ira, transforman el cuerpo en un sistema mudo verbalmente, porque no podemos ir más allá de los gestos físicos. Nunca me ha gustado que la persona con la que estoy hablando llore, porque es sacarme de cuajo de la situación en la que estábamos. Y me sucedía igual con los estudiantes: cuando lloraban, sentía aún más disgusto por lo que ha sucedido. Pero el llanto desconocido es triste, terriblemente triste. Últimamente, caminando por distintas calles de Barcelona, me he encontrado con más de tres mujeres llorando, algunas en situaciones puntuales, otras envueltas en un estado irreal. Por la Calle Doctor Dou vi a una pareja tomando un café. Luego de tres frases, el llanto desconsolador de la mujer, impidiendo efusivamente que el hombre la toque, siquiera la acaricie en el antebrazo izquierdo. Esa situación invita a la ensoñación ajena, empezamos a imaginar líneas de conversación, la convicción profunda del hombre por

Pequeñísima oda al cassette

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Salgo a buscar un cassette (o cinta, como se le quiera llamar) para grabar, como lo vengo haciendo desde un par de meses, unas conversaciones con un profesor de la universidad. Entro en la primera papelería, y el encargado niega rotundamente con la cabeza: “Las vas a tener mal comprando eso. Lo dejaron de hacer.” Me niego, de inmediato, a creerlo. El cassette tiene desde hace bastantes años su muerte anunciada, pero aún así siempre he tenido la tranquilidad de tenerlo cerca cuando quiero comprar uno. Mi regreso al cassette se debe a las conversaciones que vengo grabando. Dejé de pensar en él durante mucho tiempo, años, primero cuando pasé al cd y luego al mp3, de una manera infame y casi grotesca. Pero cuando lo sentí perdido para siempre, recordé mis mañanas en el colegio, con un walkman amarillo Sony de dos pilas doble A, y un cassette esperando en el bolsillo de la maleta. Recuerdo los equipos de sonido que grababan los cassettes a doble velocidad, y era una multiplicación inverosím

El azul del cielo

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Siempre creí que el color tenía la imposibilidad de no poder ser representado en objeto alguno, y eso que más de una vez he intentado imaginar un mundo privado de luz-tanto natural como artificial-, donde no haya reflejo en los objetos, sumidos en una invisibilidad cromática, aterradora. Creí que el color puro no era más que un concepto y una manera de ser pensado. Recuerdo una vez, hace muchos años, que le preguntaba a una amiga del colegio que si le sucedía lo mismo que a mí: al mirar el cielo, no veía nada, así viera solamente color . Esto lo dije hace muchos años, pero aún tengo esa misma idea: no veo nada, porque mi ojo de nada se puede aferrar . Al ver el cielo, sólo veo color: no estoy viendo las estrellas, porque entonces imagino algún astro luminoso vidas de kilómetros de la tierra; no veo el reflejo de la luz esclarecedora del otoño entrar por mi ventana, porque entonces estaría viendo mi ventana o mi escritorio iluminado. No, esto corta la visión de saco. Al sólo ver color,

Olvidándome de la academia II: un cuento de 1996

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En 1995 gané un concurso de cuento de un colegio de Bogotá. Al año siguiente, volví a participar, pero esta vez con menos suerte. Sin embargo, repasando estos textos, por alguna razón me siento más afín con éste: quizás porque menciono elementos que, tiempo después-léase: en presencia de la academia- retomé de una u otra manera. Leyendo el cuento ahora, me entiendo de una manera: es prácticamente una reescritura de "La continuidad de los parques" de Cortázar. Ahora bien: eso lo entiendo ahora, pero en su momento nunca fue mi intención escribir algo así. Esto implica necesariamente que tenía sus postulados de manera inconsciente. Seguramente los sigo teniendo, pero quizás ahora los muestro de manera consciente. El cuento se titula "La realización de las letras", y fue escrito en septiembre de 1996. Hace once años. Dios, cómo pasa el tiempo a pesar de las letras. _______________________________________ La Realización de las Letras

Olvidándome de la academia

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Caminando desde Mercadona hasta mi casa, cargando alrededor de 6 litros de agua en cada mano, me pregunté, como considero conveniente hacerlo de vez en cuándo, de qué tanta escritura creativa me ha privado la academia. "El crítico en ti mata al poeta", le dicen a José Fernández y Andrade, y será por algo que recuerdo con tanta exactitud y asombro esa corta frase. Pensé entonces en una entrada que intentara dilucidar en las diferencias entre escribir no académicamente pero sí con el peso de la academia encima, y caí en cuenta de que era caer precisamente en aquello que en ese momento quería dejar de lado. Y las cosas suceden con preámbulos, o quizás con visiones distintas: estoy en casa, llevo revisando archivos pasados en mi compu, y recordé una carpeta que tiene textos escritos hace diez años, cuando ni siquiera sabía lo que era el estudio de la literatura, cuando mi único profe de escritura era Cortázar. Entonces he estado revisando por encima textos, porque esto, como algú

El cuento, una calle con salida

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Hace diez días, más o menos el mismo tiempo que llevo alejado del Blog, Carmen me contó dos anéctodas que sacuden la curiosidad y el espanto. La primera: bajaba en bici por la calle Enric Granados, y no pudo ver la camilla que salía detrás de la ambulancia. El choque no se hizo esperar. Cuando regresó su mirada sobre la camilla, pidiendo disculpas, vio el cuerpo envuelto en una bolsa plástica. Era una bolsa pequeña, casi en posición fetal. Pensó que se trataba de algun viejito que llevaba muerto un par de semanas en su casa. Dos días después, saliendo de la casa con Rodrigo. Ven que un viejito maltrata a su pareja, llevándole la mano hacia la nariz con tal intensidad que casi le golpea la cara. Se acercan, y le dicen que sea más suave. Dice entonces: "Llevo 20 años cansado de esto. ¡Muéstrales la mano, muéstrala! Esto no lo aguanto más. Ella se limpia la caca con la mano." Mientras tanto, la viejita a duras penas dice que ella no hace nada. Pero inevitablemente la fuerza del