El Mar
Quizás es por la soledad. Me gusta la soledad que inspiran los muelles melancólicos en la tarde, con su luz parca descendiendo por las olas, llevándose consigo las últimas secuelas de un clima marchito. No sé si lo que me gusta es estar solo o sentirme solo en los despojados laberintos del mar, llevar un libro que pocas veces abro, o afilar la punta de un lápiz que pocas veces uso; me gusta sentarme meditabundo en los anaqueles de un espacio perdido, pidiendo a gritos silenciosos forjar la frase incólume que me permita despojarme de un beso mal dado o de una primavera otoñal, de un invierno caluroso o de una multitud solitaria, de una pluma de plomo, o de un filántropo enamorado de la soledad. Dejo que las frases se desprendan, me permito desprenderme de mí mismo como si fuera una sinfonía inconclusa o un violín desafinado. Me llevo y dejo llevar por colmillos salados de espuma venusina, y camino por la arena sin dejarme mirar atrás y permitiendo a la gangrena poner semillas en la herida de un corazón despojado de esperanza y libertad. Lleno de simplezas y desaforos sentimentales, repleto de calurosos abrazos que recuerdan batallas perdidas y trozos de mí mismo, me dejo derribar y estrellar contra una muralla coralina que me impide llegar a la orilla.
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