Oídos perversos

Caminé desde la autopista, subiendo por un pasadizo de la Universidad San Martín, hasta la quince, por donde me desvié hasta tomar la 82 corriente arriba. Quizás es porque hace mucho no caminaba tan cerca de tanta gente, o quizás porque ya la costumbre de oír conversaciones ajenas se me había pasado, pero esta vez, no hace más de cuatro horas, llegó a mí una vez más esa eterna curiosidad por saber qué es exactamente lo que habla la gente, los passer-byes, les passantes, toda esa gente que como uno quiere llegar hasta la quince en un momento en particular. Recuerdo dos conversaciones: un trío de mujeres, creo que ejecutivas, charlando alegremente. Cuando las voy a pasar, zás, oigo: "¿O sea que es mejor ir a peinarse que visitar al ginecólogo?" ¿De qué hablaban? ¿Cuál era el conflicto? ¿Será que tenía una cita, una reunión social, tan importante que le impedía llegar hasta donde el doctor? Si era una cita de amor, pues sería igualmente importante visitar al ginecólogo que al esteta. Sí, sentí ganas de caminar más lento, sólo para saber cuál era la resolución. La misma amiga dijo: "Usted tiene los papeles invertidos". Me muero de ganas por saber qué son exactamente los papeles.

Luego pasé al lado de un camión de servicios telefónicos, y un tipo se asomó desde la ventana y le dijo a otro: "Hace rato que no llama su papá". Hubiera sido divertido voltearse y decirle que no ha llamado precisamente porque está muerto, o porque jamás lo conocí: se fue al Putumayo apenas me vio nacer, o por cualquier motivo se lo tragó la manigua; se fue con una moza, trafica armas en Albania, o simplemente decirle que no está hablando de mi padre.

Sin embargo, queda la pregunta: ¿por qué no había vuelto a llamar el papá del trabajador?

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