Bogotá

Bogotá me está despidiendo con días soleados, aquellos que nuestros antepasados nunca tuvieron (¿debería llamarlos "nuestros", siendo que mi familia entera viene de Manizales?). Alguna vez García Márquez escribió que en Bogotá no ha dejado de caer una leve llovizna desde el siglo XVII. Y no. Estos días han estado amarillos, y siempre me ha fascinado el contraste de la luz solar con el color del ladrillo. Esa es, sin lugar a dudas, una de las firmas bogotanas.
Ahora bien, en cuanto a despedidas, jamás he sabido qué es mejor, si un día lluvioso o un día soleado. Los dos tienen su encanto poético: la lluvia nos recuerda la melancólica nostalgia de un pasado vivido, mientras que el sol nos hace ir con un poco de nostalgia por lo que se deja. Quizás la diferencia está, entonces, en la nostalgia que pueden eventualmente crear tanto el sol como la luna, tanto el día como el sol.
Libre de maquinaciones estéticas o discusiones estilísticas, la verdad es que me voy dentro de cinco días. Eso es lo que aterriza cualquier metáfora o símil, cualquier venturar poético o disertación filosófica. Me voy el lunes.

Comentarios

Unknown dijo…
yo, como experto en despedidas, creo que lo mejor es que haga sol y que uno esté contento. Al fin y al cabo, para la gente cercana, uno nunca estará lejos y siempre se reencontrará en la vida.

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