Juana y Arturo se casan



Por supuesto, no hay tema que alegre más el alma humana que el amor. Cuando hablamos de amor, hablamos de todo y a la vez de nada; hablamos de la ausencia y de la presencia; del cuerpo y del alma; de la locura y de la razón. Porque no hay lugar más poético que el del amor, sea propio o ajeno: desde siempre buscamos el latir amoroso.
La capacidad única y original del sentimiento amoroso la encontramos, sin buscar mucho, en el amor pasional. Pero cuando hablo de pasión no me refiero a aquella de telenovela, a la pasión cursi u ordinaria—porque, como en todo, Amor tiene muchas caras, y son muchos los que caen engañados en su juego. La pasión, utilizada en cualquiera de sus contextos, es la capacidad de crear un mundo particular, un mundo que se aleja de lo mundano y de lo cotidiano, para hacer visible una realidad invisible para el ser humano. Juana y Arturo se casan. Por eso estamos acá.
Pero sentir pasión también es padecer, y por esto, cuando padecemos del sentir amoroso, ese padecimiento trae consigo una voluntad divina y un sabor a fruta madura. El padecer amoroso es trascender en cada uno de nuestros atributos, es sentir nuestra sangre bullir. Bendito aquél a quien Amor ya ha visitado en algún momento de su vida, y le ha lanzado sus flechas rojas. Durante este padecimiento, son dos quienes crean un mundo alrededor suyo; y los que estamos fuera de ese círculo, asombrados, nos preguntamos una y otra vez cómo lo han dibujado, qué compás utilizaron, qué mar de leva han cruzado, en qué momento llegó el sabor a fruta madura.
El amor pasional es ser capaces de amarse y de contraer compromisos libres de diligencias institucionales, libres de la carga que muchas veces ahuyenta y hace temblar las piernas. Dicho de otra manera, con toda la sencillez que nos acompaña: Juana y Arturo se casan. Lo que acá nos reúne, más allá de reuniones y de compromisos, más allá de de regalos y cenas, es su amor pasional.
Soy un profundo admirador del amor de Arturo y Juana. Y no encuentro una idea más precisa y halagadora para caracterizarlo que la figura del círculo. De perfecta simetría, la figura dotada de hermosura, la imagen del mundo ideal. Tomo entonces prestada una frase del amor místico para afirmar lo siguiente, en esta noche de julio: el amor de Juana y Arturo es un círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna. Es un amor infinito que rebasa cualquier frontera.
Dejemos de lado las palabras, y celebremos este amor que se forjó desde las plenitudes del alma, para declararse como lo que es y seguirá siendo: una consagración de la primavera. Cierro con una frase de una canción que para mí siempre será la versión musical de Juana y Arturo:

Te amo a través de chispas y dragones centelleantes,
En ti encuentro poesía hasta en un recipiente vacío.

Felicitaciones. Ustedes dos son amor puro y puro amor, y como tal, siempre vivirán en los confines de nuestro corazón.

Bogotá, julio 27 de 2007

Comentarios

Anónimo dijo…
excelente, al mir si existe!

Entradas más populares de este blog

Un viejo desnudo

El secreto de Emma de Barcelona

Esperando a Morfeo