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Mostrando las entradas de noviembre, 2007

Now is the winter of our discontent

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Aún no logro acostumbrarme al cambio de las estaciones. Siento que domino el espacio hasta el momento en que el sol cambia de color, es necesario llevar un saco, el gris predomina. Es entonces cuando soy más consciente que nunca del tiempo, de su paso y de su acontecer. Y no solo es el cambio de colores naturales o de fachadas de edificios, sino el cambio de aquello que define la modernidad de una ciudad: la moda. Es necesario cambiar de posición las prendas del armario, guardar en el fondo del armario o dentro de una caja al fondo del armario las chanclas que acompañaron, y también las sandalias del otoño. El guardarropa de la entrada vuelve a ser visible, y las pantalonetas se ahogan entre ropa de lana al fondo del cajón. Y con todos estos complementos también cambian los objetos encontrados de las calles: ya no son camisetas sino bufandas, ya no es una sandalia solitaria sino un gorro maltrecho. También, sobre todo, es la pareja de guantes. Su aparición es inmediata. En todas part

Un rostro irrepetible

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Hace poco leí, no sé si en una novela corta de Nerval, que cuando alguien muere desaparece un rostro irrepetible. Me quedó sonando esa idea, sobre todo en relación a los sueños (quizás por esto tengo la impresión que la leí en Aurelia , pero no estoy del todo seguro). Pensé en todos los rostros irreconocibles con los que he soñado, así fueran de personas desconocidas o conocidas (la lógica de los sueños que reemplaza un nombre conocido con un rostro extraño). Entonces se me vino a la mente un proyecto imposible que a su vez podría demostrar una idea también imposible: crear una base de datos de imágenes de todos los rostros del mundo, y clasificarlos por categorías precisas, dependiendo de cada uno de sus rastros (ojos separados, nariz aguileña y pelo bermejo, orejas que recuerdan alpes o mejillas sonrosadas como las de Briseida, etc.). Al despertar de un sueño en el cual apareció un rostro desconocido, poder buscarlo y saber si ese rostro efectivamente existe. Sería increíble poner un

Una buena salida

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Una buena salida de casa: decides recurririr al camino más largo a pesar de tomar un transporte público, subiéndote lejos de tu casa y bajándote lejos de tu destino. Encuentras el cartel de una conferencia que jamás hubieras imaginado ir, llamas a reservar dos cupos, y te informan que son los últimos. La música suena bien, y eso que la estás escogiendo tú mismo, liberado como no estabas desde hace mucho del shuffle, y el clima te recuerda el bogotano y la brisa es fría, purificadora, y los andenes están concurridos y jamás imaginaste bajar por esa calle mirando hacia todas partes, caminando hacia el trabajo, con la convicción profunda de que vas hacia un lugar mágico. Entonces antes de entrar en el vagón del metro un niño serio te sonríe, y jamás habías pensado, siquiera imaginado esa vieja frase de “cuando un niño sonríe una ciudad nace en alguna parte del mundo”, pero es precisamente lo que sientes mientras su madre desciende del vagón empujando el stroller, el niño apenas tiene dien

El viajero sin rostro

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Pierre Sansot, en un apartado de su Poétique de la ville , describe con una lucidez asombrosa la llegada del viajero solitario a la estación de tren. Mientras que los viajeros que son esperados por familiares o amigos, el viajero sans visage goza de una soledad exquisita para poder caminar por la ciudad, siempre acompañado de su pequeña maleta . Esto lo convierte en un eterno viajero, no como un promeneur que atraviesa la ciudad con un destino fijo. Sin embargo, le es necesario, en un momento, dejar la maleta en otras manos, y así pasa a ser como cualquier otro. Me gusta pensar en ese momento de soledad, justamente mientras intento recordar las veces que he llegado solo a alguna estación de tren, sin tener nadie a quien saludar una vez desciendo del vagón. Llegar en avión es diferente, la ciudad se ve a lo lejos como un punto diminuto desde la ventanilla, y lentamente la vamos viendo más y más grande, hasta que se enciende la luz, nos abrochamos en cinturón, y de repente estamos en

Lluvia en Bogotá

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Durante este fin de semana cayó en Bogotá la más violenta y larga granizada de los últimos 30 años. Desconocía esto en el momento en que ingresé a la página de El Tiempo , y me topé de frente con la galería de fotografías enviadas por lectores a lo largo y ancho de Bogotá. Mientras pasaba las fotos, reconocía no estar viendo Bogotá, a la vez que había algo en el blancor del ambiente, del verde de los árboles y ese gris de los andenes que me hizo sentir en casa de nuevo. Sin embargo, había un elemento ajeno, un elemento prácticamente desconocido, que era el del paisaje nevado. Mientras veo las fotos, no pienso en granizo, sino que pienso en nieve; y no pienso en una ciudad alemana o nórdica en invierno, que es precisamente lo que creo que es la foto, sino que pienso que Bogotá estuvo sujeta más bien a una granizada mitológica, y en esta medida cambió sus paisajes y colores de contraste por la más blanca y nívea tonalidad. Bogotá, lo sé claramente, tiene su propia mitología, su propia me