Ayer en la tarde, cruzando Pelayo entre una inmensa multitud, me encontré de frente, en medio de la masa que venía, a un viejo completamente desnudo caminando tranquilamente. No sobra decir que es impactante, máxime reconociendo la longevidad (no puedo pensar en otra palabra) de su miembro viril, acompañado por el aire atrevidamente tranquilo en el que transcurría su andar. Ya María me había comentado que lo había visto, y pensé en que sería algún loco sin mayor envergadura (nunca mejor utilizada la palabra), y que ya debía estar bajo cuidado de algún centro de detención o, por lo menos, bajo el amparo de unos pantalones y una camisa veraniega. Al terminar de cruzar la calle, me di cuenta de que el viejo no había alcanzado a cruzarla, y estaba esperando entonces a que el semáforo se pusiera en rojo. Todos alrededor reaccionaban de la misma manera: desde aquél que busca la cámara escondida, aquél que espera la intervención de la policía, o incluso cualquier otro que aplaude la actitud l...
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