Tres o cuatro minutos
Sentado en la sala revisando algunas cuestiones de Internet, escucho el timbre del teléfono. Reconozco el número, y sé que la conversación será larga. Lo tomo, y antes de contestar, ya abrí la puerta de la terraza. Mientras la cierro desde fuera me pregunta por mi viaje, y yo acerca del suyo. Me dice que desde el tren alcanza a ver una columna de humo, sin saber muy bien a qué se debe. El tren no ha desacelerado, ni se ha detenido, ni han hecho prevención alguna. Yo observo la gente pasar, miro en dirección Francesc Maciá y la punta de la grúa en la esquina de Avenida Roma con Calabria despunta entre las plantas colocadas a la altura de la ventana del piso del lado. El viaje a Pamplona no es largo, me dice, mientras pregunta a alguien acerca del humo. Yo le digo que el vuelo sale el domingo en la tarde, y que tengo planeado escuchar todo El anillo del nibelungo mientras leo una novela perfecta para dejar pasar las horas. Me pregunta si llevo regalos, y le contesto que los justos. Se explaya en algún tema que no me atrapa del todo, pero tambien pudo haber sido una mujer que pasa por la acera del frente, y pienso que siempre hay algo de suerte encontrarse con algún tipo de belleza en la calle. Siento el ruido de interferencia telefónica, e imagino que está entrando en un túnel. “¿Aló? ¿Aló?”, alcanzo a preguntar. Entiendo que la llamada se ha cortado, y cuelgo el teléfono. Me quedo un rato más mirando la calle, y veo una masa de nubes alejarse a lo lejos. Estoy allí tres o cuatro minutos, ajeno a la sala de mi piso, sintiendo la brisa cálida de una tarde de viernes. Caigo entonces en cuenta de que estoy en camiseta, no hace falta ponerse una chaqueta para estar en la terraza. Sonrío. Ha llegado la primavera.
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