Vuelvo a ti, Dolores

Al volver a la ciudad, comprobé aquello que me habían dicho: mi Avispón Gris, enferma como hasta el momento lo ha estado, volvió a incapacitarse, esta vez aparentemente por una bujía o un desperfecto eléctrico. Caminé con incertidumbre hasta la esquina de Viladomat con Mistral, allí mismo donde había dejado meses atrás parqueada a Dolores de Andalucía, mi bici vinotinto que porta la elegancia femenil de las Grandes Damas de antaño, y sentí verdadera felicidad cuando la reconocí, allí mismo estaba, libre de la hamponería y vandalismo que caracteriza las calles del barrio— de cualquiera— de Barcelona. Esta mañana la tomé para ir a jugar fútbol; luego para ir a correos; luego para regresar a casa. Ya en la noche, luego de haberme dirigido a Paseo de Gràcia y haberla dejado parqueada al frente del Hotel Majestic mientras atendía a una invitación en el Tibidabo, regresé con la tranquila aún temerosa tranquilidad de encontrarla allí mismo. La ausencia de aire en las llantas hace que su rodamiento sea perezoso, lento, caprichoso. Cada pedaleo parece ser dado en un banco de arena, y se limita a la contrariada libertad de cualquier pendiente, sobre todo aquella luego de Enric Granados, viniendo por Diputació. Pero fue allí mismo, escuchando el tambor metálico de las dos us de seguridad golpeándose una contra la otra, del característico sonido del rodamiento, de sentir dos o tres veces el salto de un cambio y la inesperada interrupción del claxon, que caí en cuenta de todo lo que extrañaba montar en bicicleta, en altas horas de la noche, por la ciudad. Extrañé el lento andar de un promeneur montado en las dos ruedas, y contemplé más de una vez las mismas esquinas que en la moto no hacía más que ver volando. Descubrí, de nuevo, la fachada de Comte d’Urgell, el balconcito de Casanova, el jardín encerrado de Comte Borrell. La noche estaba templada; no había necesidad de cerrarse la chaqueta o de ajustarse el gorro acompañante. Cada impulso de las piernas me recordaba otras noches, cuando me dirigía a otras casas, a otros aposentos, a otros abrazos. Ir en bici en las noches implica el respeto del silencio, vulnerado una y otra vez por el acelerador de la motocicleta. Al llegar a mi destino, aseguré a Dolores a la misma barra donde permaneció tantos meses. Luego caminé Mistral hacia arriba fumando un cigarrillo, contemplé la melancólica escena de un pequeño parque de diversiones instalado durante el fin de semana, despojado de cualquier presencia infantil. Vi a dos árabes borrachos caminando por Entença, un hombre sacando a su perro en Vilamarí y a un grupo de jóvenes riendo fuertemente en Viladomat. Al tomar la curva, allí estaba, impoluta, reservada, respetuosa, Dolores. Recordé que conocí esta ciudad en bicicleta, a la misma que felizmente regreso hasta el momento en que el pragmatismo y facilidad del recorrido me devuelvan una vez más al rugir de mi Avispón Gris.

Comentarios

Unknown dijo…
Te entiendo amigo. Hace dos semanas llegó Raquel a mi vida. Duró veinticuatro años esperandome. Desde 1985 estaba en un depósito abandonada... ahora se pasea entre mis piernas. Dichosa ella.

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