El silencio divino


Una vez fueron susurradas, las palabras empezaron a descender lentamente por la ladera oriental de la montaña, primero levantando un polvo suave y fino para luego, a medida que la pendiente se hacía más y más voraz, empezar a tomar velocidad, y mira que no pasó mucho tiempo hasta que las palabras empezaron a abrir trocha por entre el bosque, absorbiendo en su camino todo aquello que implicaba una barrera, leños mohosos, piedras pequeñas y grandes, hojas secas y flores primaverales, y para el momento en que llegaron al riachuelo ya contaban con la fortaleza para atraer todo aquello que estaba en su recién creado sendero. Entonces la tierra se volvió lodo, y la contundencia su verdad, ya era barro y eran piedras y eran leños mohosos crujitando entre la masa incorpórea que descendía por la ladera oriental de la montaña, las nubes le abrían paso mientras que el rocío recuperaba su fortaleza adhiriéndose, y entonces era la montaña misma la que descendía desde su ladera izquierda, palabras que ya no eran solo eso, sino leños mohosos, flores primaverales y barro y piedra. Los habitantes del pueblo alcanzaron a escuchar la avalancha, pero no fueron muchos los que alcanzaron a correr. "¿Pero qué han dicho?", se preguntaban, "¿Qué demonios han dicho?", vocifereaban otros, mientras que los más viejos y los más pequeños sucumbían a una instantánea locura, y las mujeres lloraban mientras las piedras les golpeaban el cuerpo, y los hombres más fuertes aguzaban el oído desde lo alto de sus chozas, "¿Qué han dicho, qué han dicho?". La avalancha derribó los portales, las murallas y los postigos, los puentes y los zaguanes. La avalancha acabó con los manantiales y los cerros. La avalancha acabó con las flores primaverales, y acabó con el ruido. Fue entonces cuando el hombre más locuaz dijo: "Los dioses han hablado. Ahora no queda más que el silencio".

Comentarios

Vicky dijo…
Qué hermoso relato, dulce, simple y profundo.

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