Los bouquinistes

Las librerías de segunda mano gozan de un misterio del azar muchas veces indescriptible. Si bien es verdad que en muchos casos acudimos a ellas en busca de un libro en particular, no estamos, naturalmente, frente a toda la verdad: en medio de los mares de páginas ya leídas y subrayadas, nos espera algún libro sorpresivo, ha llegado hasta allí de alguna manera. Todos los libros de la colección Borges cuentan con el mismo prólogo, y recuerdo haberlo leído precisamente en uno que incluía algunos cuentos de Cortázar. El prólogo usaba la idea inagotable del libro que espera a su lector ideal. Por esto, concluía con una frase que era algo así como “Espero que sea éste el libro que te ha estado esperando.” En ese entonces, estaba casi convencido de que el libro que me había estado esperando desde hacía años era Romeo and Juliet, y quizás fue por esto que llevé a cabo interminables lecturas, acompañadas de experiencias mnemotécnicas que han logrado superar las barreras del tiempo. La segunda, acerca de Cortázar: Borges recordando ese día de 1946 en que un joven argentino, de altura destacable y manos alargadas —las mismas manos huesudas que años después recordaría García Márquez en su “El argentino que se hizo querer de todo el mundo”—, lo abordó con un cuento para ser publicado en la revista Sur. El cuento era, por supuesto, “Casa tomada”.
Cortázar sintió verdadera fascinación por los bouquinistes, esos elefantes inmemoriales que se postran en los costados del Sena esperando los lectores a su vez esperados por los libros que han soportado el paso del tiempo. Hay veces, cómo no, que nos aventuramos en los estantes esperando encontrar un libro en particular. A mí me sucedió con El siglo de las luces, de Carpentier; salí de casa un viernes en la tarde, pensando en que el libro me estaría esperando en alguna esquina de la librería Canuda. Llegué allí, y me fue necesario ojear una por una más de quince montañitas de libros, hasta que apareció, en una edición de Seix-Barral. El azar funcionó de manera augural: no sé cuánto tiempo llevaba ese Carpentier esperándome, pero el encuentro dio sus frutos.
No compré libros en los bouquinistes, quizás por no tentar en demasía al azar. Estuve a punto de comprar un libro sobre los fantômas, esperando encontrar allí nexos temáticos entre Magritte y Cortázar. Valía cinco euros, lo tuve en las manos durante unos segundos, pero finalmente desistí: ese libro no me pertenecía, en la medida en que no era a mí a quien esperaba. Hubiera sido un atentado contra algún lector llevarme el libro que le pertenecía.
El viernes estuve con Martín en la Canuda, y nos tomamos nuestro tiempo. Fue una visita infructuosa: nada nos esperaba entonces. Los libros que debemos comprar siguen viajando en el tiempo y en el espacio, para postrarse ante nosotros con la convicción profunda de, luego de tanta travesía, llegar a casa.


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