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Mostrando las entradas de marzo, 2007

La melodía eterna

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La ventaja de llevar cualquier tipo de rutina de escritura, bajo el mismo lomo, es la posibilidad de comprenderse a uno mismo en el tiempo. Cuando estaba en el colegio, cargaba siempre con el mismo cuaderno blanco, que no pretendía ser diario ni nada por el estilo, sino un sencillo bloc de notas para escribir cualquier cosa que se me ocurriera. Pasado el tiempo, acudía a ese bloc, que era más bien un espejo sacado de los límites del tiempo, y me comprendía en determinado momento, con la convicción profunda de haber creído esto o aquello, de haberme gustado esto o aquello, de estar pensando en esta o en otra. Claro, la escritura siempre sirve en esto, pero creo que también podemos localizarnos en el espacio recordando la música que oíamos en determinado momento, aún la sigamos escuchando ahora: porque la música, como el olor de los perfumes, nos recuerdan paraísos alguna vez obtenidos. Lord Henry, luego de pedirle a Dorian que toque un nocturno, dice: "What a blessing it is that th

El silencio divino

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Una vez fueron susurradas, las palabras empezaron a descender lentamente por la ladera oriental de la montaña, primero levantando un polvo suave y fino para luego, a medida que la pendiente se hacía más y más voraz, empezar a tomar velocidad, y mira que no pasó mucho tiempo hasta que las palabras empezaron a abrir trocha por entre el bosque, absorbiendo en su camino todo aquello que implicaba una barrera, leños mohosos, piedras pequeñas y grandes, hojas secas y flores primaverales, y para el momento en que llegaron al riachuelo ya contaban con la fortaleza para atraer todo aquello que estaba en su recién creado sendero. Entonces la tierra se volvió lodo, y la contundencia su verdad, ya era barro y eran piedras y eran leños mohosos crujitando entre la masa incorpórea que descendía por la ladera oriental de la montaña, las nubes le abrían paso mientras que el rocío recuperaba su fortaleza adhiriéndose, y entonces era la montaña misma la que descendía desde su ladera izquierda, palabras

La topología del ojo

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Desde hace unos diez días he estado visitando la óptica universitaria, al lado de la uni, en una hasta el momento imposible búsqueda por lentes de contacto. Recuerdo, cómo no, la misma experiencia en Bogotá: probarme cada día un par nuevo, sólo para darme cuenta-o recordar, porque es algo que fácilmente puedo olvidar- que la topografía de mi ojo derecho no es completamente esférica, produciendo así un giro del lente del contacto sobre el ojo, impidiéndo a su vez una mirada cristalina. No deja de llamar la atención el momento mismo en que el lente gira: es como una lenta progresión hacia la distorsión de las imágenes, y me convenzo cada vez de que estoy mirando a través de un lente deformador. Intento cada vez dar la descripción más acertada de la manera como veo con los lentes: una mirada desequilibrada- cuando siento que veo mejor por el ojo izquierdo que por el ojo derecho-, una mirada desértica -cuando por cualquier motivo, sea por las horas o por el clima que el lente reseca el ojo

París: ritmos de una ciudad

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Llegó a mis manos, luego de una logística que sólo puedo calificar de afortunada, el texto del libro París: ritmos de una ciudad , escrito por Cortázar y acompañando unas fotos de Alecio de Andrade. Al ver que su encuentro en Barcelona sería sencillamente imposible, me puse en contacto con Álvaro Castillo, librero reconocido y dueño de "San Librario", en Bogotá. Gracias a él ya había conseguido otro libro de Cortázar, y por eso pensé que me ayudaría de alguna manera. Y no fue una iniciativa estéril, puesto que, una vez le dije el título, él mismo me repitió el año, la editorial, y demás datos bibliográficos. Me dijo que el libro era prácticamente inconseguible, y que él había visto solamente tres en su vida, dos de ellos acá en España. Caí en cuenta, entonces, de que me estaba enfrentando con uno de los grandes mitos bibliográficos cortazarianos. Castillo, de inmediato, me ofreció otros dos textos que llamaron mi atención rápidamente, y le pedí que me los reservara, hasta que

El logos del placer

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La semana pasada tuvimos en una clase de doctorado a un artista mexicano hablando acerca de su obra, puesto que formaba parte de una exposición acerca de la visibilidad de un espacio interior, particularmente, el del presente. Me llamó la atención un aspecto en particular, y con esto no pretendo en momento alguno emitir un juicio de valor: la ausencia absoluta de un lenguaje académico. Al ser preguntado por la profesora acerca de la creación y desarrollo de su obra, el discurso se veía algo truncado, pero quizás fue esta impresión mía, tratándose del espacio en el cual nos encontrábamos. Y su método discursivo de alguna manera hizo eco en un contenido de sus respuestas: "Mis obras- dijo- no son para ser entendidas con el intelecto, sino con el pulmón". Noté cierta oposición absoluta respecto al Logos como mecanismo de comprensión, haciendo hincapié en que su obra, tratándose de materiales orgánicos y desarrollados de una manera en particular, emitían una "energía" q

El minotauro

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El barrio Gótico de Barcelona es un laberinto, y jamás sabremos en qué momento nos encontraremos con el Minotauro. De lunes a jueves voy en bici hasta la universidad, que queda prácticamente al otro lado de la ciudad. Me gusta ir oyendo música mientras veo cómo va cambiando la arquitectura y el ambiente de cada uno de sus barrios. Hasta hace poco tenía mi ruta establecida: tomaba la ciclovía de Consell de Cent, y me iba en línea recta hasta el Passeig Saint Joan, por donde descendía con aire heróico hasta el Arco del Triunfo. Una vez a llí, volteaba hacia la izquierda, rodeando el Parc de la Ciutadella, y no pasaba mucho hasta encontrarme de frente con la calle Wellington, ese gigantesco pasaje en donde se encuentran ciclistas, peatones y el tranvía. Me gusta el verde de esa recta, y no puedo negar la fascinación que siempre siento cuando tengo oportunidad de oír al león del zoo rugir a pocos metros, detrás de la muralla de ladrillo. El regreso era prácticamente igual, con la excepción

Los bouquinistes

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Las librerías de segunda mano gozan de un misterio del azar muchas veces indescriptible. Si bien es verdad que en muchos casos acudimos a ellas en busca de un libro en particular, no estamos, naturalmente, frente a toda la verdad: en medio de los mares de páginas ya leídas y subrayadas, nos espera algún libro sorpresivo, ha llegado hasta allí de alguna manera. Todos los libros de la colección Borges cuentan con el mismo prólogo, y recuerdo haberlo leído precisamente en uno que incluía algunos cuentos de Cortázar. El prólogo usaba la idea inagotable del libro que espera a su lector ideal. Por esto, concluía con una frase que era algo así como “Espero que sea éste el libro que te ha estado esperando.” En ese entonces, estaba casi convencido de que el libro que me había estado esperando desde hacía años era Romeo and Juliet , y quizás fue por esto que llevé a cabo interminables lecturas, acompañadas de experie

Le Saint Amour

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Alguna vez leí que en Barcelona hay alrededor de trece mil bares, y creo que me consta, así sea una ínfima parte de esta astronómica cifra. Sin importar sus olores, sus ambientes, su calidad estética o su carácter enigmático, siempre hay alguien dentro. Funciona, supongo, a partir de la dimensión de barrio: siempre en el Dadá está el mismo grupo de estudiantes, y en el del lado siempre está la misma viejita temblorosa tomando la misma coca-cola sin hielo. Tiene un perro café, bastante feo, que ya está acostumbrado al ritual de la bebida, y se explaya cuan corto es bajo la mesa metálica. La escena goza de una lugubridad atractica, máxime al comprobar siempre que la viejita sonríe. No sé cuántos cafés hay en París; quince o veinte mil, no lo sé. Tomé cafés solo y acompañado, y siempre alrededor nuestro la misma escena: la mujer leyendo el libro recién comprado. Desde hace mucho cargo con la fascinación de revisar portadas ajenas, con la esperanza de haber leído el título. No sé que h