Dos horas, dos recordatorios


Salgo a trotar cada día de por medio. Bajo caminando hasta Mallorca, luego troto hasta Paseo de Gracia, subo por allí hasta Provença, y luego me regreso hasta Viladomat. Es un cuadrado perfecto, que no goza de muchas alteraciones, como otros trayectos, puesto que está pensando a manera de antesala para el trabajo, sea éste en casa o en en la universidad. Casi siempre salgo a la misma hora (ocho, ocho y cuarto), de tal manera que veo las mismas cosas sucediendo una y otra vez, esas actividades que, a diferencia de mi trote, no ocurren cada día de por medio.
Entonces está la señora (luego de haberla visto tantas veces no soy capaz de referirme a ella de otra manera) de la calle que duerme en la entrada del local de Escala, en Paseo de Gracia, entre Mallorca y Provença. Sé que estoy pasando a la misma hora que hace dos días- 8:20 am- puesto que la encuentro en la misma actividad, que goza de una hermosura y estética difícilmente igualable: tiene su carro de la compra, al lado algunas bolsas de plástico (por lo general del Dia) llenas de ropa, o comida, o lo que sea. Con un pañuelo blanco, limpia el piso de mármol sobre el cual ha dormido. Hay todo un reconocimiento del espacio, en la medida en que reconoce su cama blanca, a la vez que reconoce que su cama es portal de un almacén de Paseo de Gracia. Su vestimenta, siempre igual: un vestido negro, una chaqueta larga negra, y el mismo collar de perlas que le llega hasta la mitad del pecho. Sus 68 años se despliegan en ese momento de pertenecimiento con la calle, y entonces demuestra más pulcritud y serenidad que todos esos viejos, más adinerados pero jamás tan sutiles, que pueden dormir en las habitaciones más caras de Barcelona.
Cuando llego a la casa, me baño, entonces el primer café, y entonces es comenzar a trabajar en la terraza o en la sala. La misma actividad, a eso de las 9:15 am: la vieja que, con delantal azul y saco vinotinto, comienza la limpieza de la terraza del apartamento del 4 piso. Su actividad es autómata: primero con un plumero sacudir el vidrio de la terraza, luego con un trapo limpiar el piso. UNa vez termine con la terraza, abrirá la ventana que queda al lado derecho (asumo que es un baño, pero no puedo ver más allá) y aparece su mano vino tinto con el mismo plumero, sacudiendo la misma mota, pero esta ya es una escena graciosa, porque no se ve nada más que su brazo-claro, me recuerda el episodio del Quijote y la mano amarrada en la venta, no le podríamos hacer eso a la viejita, pobre.
Dos horas, dos recordatorios. El engranaje matutino en el barrio que funciona mejor que un reloj suizo. Pero miremos todo desde fuera; ellas dirán, ahí va el joven que corre en las mañanas, perezoso por no salir todos los días; ya salió a leer el joven, será que no tiene nada más que hacer.
Sí, quizás sí: postrarme en la terraza y ver al otro edificio, con la mirada ausente y precisa de un gato pardo.

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