Dedaliana (I)

La epifanía precede a la escritura. Inmersos en la aventura-desplazarnos de un lugar a otro, tomar el bus y luego el metro, caminar dos cuadras abajo hasta llegar al supermercado-, irrumpe en nuestra consciencia la importancia de una imagen que trasciende en el paisaje cotidiano: ver una muralla de ladrillos y reconocer la grieta, la mancha en la que vislumbramos un bosque oscuro. Lo más sencillo sería adquirir el mecanismo de estar siempre predispuestos a la epifanía; sin embargo, a veces olvidamos la mirada interior que nos permite destacar los relieves, y así sustraernos del mundo visible que sin haber podido escoger habitamos. Hoy subía en bici por el Paseo Sant Joan, y bien pude haberlo continuado hasta llegar a la calle Diputació, y comenzar mi trayecto rectilíneo a casa. Sin embargo, esa ruta obliga a atravezar una pequeña rotonda de la cual han hecho un parque, y no sé por qué desde hace meses me aburre. Tomé la primera calle hacia la izquierda, para luego subir por otra y llegar a la misma Diputació. Pensé: quizás deba atravesar el parque, después de tanto, ya que algo bueno me puede estar esperando. Pero, como no sucede en otros momentos, renegué de la posibilidad del destino, y tomé el camino más fácil cuanto más rápido.
¿En qué consiste mi escritura ahora? Bien podría decir que trata, por lo menos en el blog, de reconocer un mundo invisible en el mundo visible, atento a las correspondencias que bien le he aprendido (espero) a Baudelaire. Hace un par de semanas leí con gusto un libro de Ribeyro; hoy lo tengo en la estantería. Desde hace dos días ha sido la novela artúrica, pero quizás mañana sea la literatura amorosa china, y así seguiré. ¿Cómo conduce la lectura a la escritura? Cuando Gauvain llega por vez primera a las tierras del Rey Pescador dispuesto a ver el Graal, un sacerdote le impide el paso, puesto que no trae la espada con la que fue decapitado San Juan. La aventura sólo se resuelve con otra aventura. Pensado en términos físicos, una pared del laberinto lo distanciaba del Graal, pero era necesario tomar el sendero que hasta allí lo llevara: la cercanía no siempre garantiza la ejecución.
Llevamos el laberinto en el pecho, como en el retrato de Veneto. Detrás del bosque está la epifanía, pero para esto debemos atravesar el desierto que la legitima.

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