El sentimiento de lo fantástico en el Parc de la Ciutadella

El paseante que ingrese al Parc de la Ciutadella desde el Paseo Colón, con paso lento o rápido, con prisa o distensión, no tardará mucho en ver, a lo lejos, entre árboles y con aire de nefasta extranjería, al gran Mamut. Desde la primera vez que caminé el parque, la atención que me produjo no pasó por alto. Está situado al lado del lago, con sus dos grandes colmillos hacia el cielo, y un color que incluso en verano lo hace sentirse medianamente camuflado entre los tonos marrones del parque. Pero es un camuflaje apenas artificioso, es un ejemplo camaleónico venido a menos, porque es el ejemplo más claro de intromisión en un espacio al cual no pertenece. Replanteo la cuestión: el espacio circundante no le pertenece a él, puesto que, de manera sobresaliente, todas las miradas convergen en él, y se convierte así en el gran dueño de un terreno sacado de otro tiempo. El último Gran Mamut de Barcelona pasa sus largas horas posando en fotos que se esparcen por el mundo entero, y él con la gran certeza de que la foto es un reflejo de un reflejo, porque él mismo dejó de existir desde tiempos inmemoriales. Cuando me acerco para verlo de más cerca, una pareja aparece de repente con quien creo intuir es su nieto. El abuelo, aún con suficientes fuerzas para hacer un juego infantil, toma al niño de los brazos, y lo sube a la gran trompa. Mientras tanto, dice con voz juguetona: "El elefante, ¡mira al elefante!, el elefante, ¡qué grande el elefante!". Ya ni siquiera su nombre perdura en la memoria de los turistas.
A su lado, hay una placa que dice: "Esta reproducción formaba parte de una idea de comienzos de siglo de reproducir algunos de los grandes animales en el Parc de la Ciutadella." Leyendo algunos textos sobre el Parc, me entero de que su constructor Norbert Font i Sagué, geólogo, espeleólogo y escritor, fue quien intentó llevar a cabo dicha idea, pero su muerte todo el plan se vino abajo, dejando como única evidencia la primera reproducción. Doblemente enajenado, en todo caso: un nombre olvidado, y un proyecto olvidado.
Sin embargo, debo admitir que siempre que paso a su lado, su mera presencia, precisamente por tratarse de una ausencia, logra recordarme la manera como en un simple paseo cotidiano hay una súbita irrupción de elementos ya olvidados. Sólo recuerdo al mamut cuando camino por el Parc de la Ciutadella, de la misma manera que sólo recuerdo al oso polar cuando lo veo en documentales por televisión. Y lo fascinante es que vuelve a mi memoria toda esa historia del Mundo, ese conocimiento a veces tan in-creíble como lo puede ser la existencia en algún momento de los dinosaurios o de un mamut, al contemplar una gigantesca estatua de tres metros y medio en un entorno al cual definitivamente no pertenece. No es solamente el dato científico: es la visión del pasado. El Gran Mamut es el centro descentralizado del Parc de la Ciutadella, y precisamente por esto tiene que estar situado en unos de sus extremos, precisamente por esto no es tan vistoso como el lago o como la fuente, de la misma manera que me sucedió con la extraña fuente que se encuentra por la entrada del Marqués de la Argentera.
De pronto es que le estoy dando vueltas a las particularidades, sin ver en sí mismo el gran espacio que conforma todo esto: el Parc de la Ciutadella. Las calles de Barcelona son el escenario para que los caminantes creen elementos entre sí, a manera de constelaciones segregadas. Esto sucede únicamente cuando cada uno así lo predispone, de la misma manera que probamos un plato esperando que nos guste. Pero el Parc es otra cosa: es un mise en scène que le paseante difícilmente podrá ignorar.


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