Sobre la carta de amor (II)

El amante que escribe una carta de amor está rodeado de una vanidad infinita. Centro de su propio universo, desea que el sentimiento amoroso, como un ciclo lunar, lo rodee de una manera precisa, pero que en momento alguno deje de lado la estela que él mismo ejerce. La escritura amorosa busca el juego de la comprensión de símbolos y signos, de la misma manera que espera del otro la muerte absoluta: como el rayo de luz que ve Saulo en el camino de Damasco, pretende que su escritura anule todo lo demás; de no hacerlo, la escritura no cumpliría a cabalidad con su objetivo, que es apoderarse del amado desde su misma percepción visual, intelectual o sentimental.
El anulamiento que busca la carta amorosa es el de la posesión absoluta, lejos de la carne y de los sentidos mundanos, para posesionarse como una deidad recién llegada de un mundo exótico. Leer una carta de amor recíproco es la metáfora del encuentro sexual, en la medida en que se crea la bestia de dos espaldas que anula la existencia de cualquier otro. Cuando leemos la carta de amor, imaginamos la voz del otro, y ese acto de penetración auditiva revienta los ecos de una frase silenciosa: esto es porque incluso el silencio también reverbera. Luego de la lectura, se espera la puesta en escena de aquello que se ha dicho: peligro absoluto es el de ver cómo la amada lee una carta mientras el amante observa. Son dos miradas que no pueden encontrarse, porque la escritura amorosa implica necesariamente una ceguera y una sordera: es preciso anular los sentidos corporales para poder entrar en la mandorla de los círculos del amado y del amante.
Rendidos, completamente rendidos, pedimos y escribimos cartas de amor que sean tiquetes a un mundo que a duras penas conocemos, porque jamás el sentimiento amoroso que se produce en el amado se repite: de ahí que podramos decir que cualquier amor puede ser un amor místico. Portadores de la experiencia de la lectura amorosa, llevados por la locura del amor caótico y ordenado, caminamos por unas líneas que se tallan en la retina de nuestros ojos; pero es, como no puede ser de otra manera, una caminata solitaria, porque el amante y el amado siempre se sentirán solos en el sentimiento que los abarca.

Comentarios

peregrina dijo…
Pensé en Paolo y Francesca, tan injustamente condenados al torbellino donde nunca podrán alanzarse, un pos del otro, sin esperanza alguna.
Tengo un libro " las más bellas cartas de amor" y al leerlo sentí que hubo más amor en las cartas que sus mismas vidas.
Un abrazo

Entradas más populares de este blog

Promenade dans tes yeux

Un viejo desnudo

Old father, old artificer