El ojo de la ballena

Claro, con la luz del sol veraniego siempre brilla, puesto que su mismo nombre así lo implica-"Cielo caído" de Peppers, de lo contrario tendría que ser oscura y olvidarse de sus escamas luminosas. La ballena geométrica goza de innumerables visitantes, y cada uno de éstos se acerca de manera distinta a su lecho sempiterno, esperando ser devorado o consolado en sus sueños-una vez más, como deben ser los viajeros mitológicos. Durante el verano he pasado a su lado siempre a una distancia apenas prudente, para así evitar cualquier sensación de desasosiego o asfixia. El sol del verano logra hacerse hasta con sus grietas más oscuras, y de esta manera el paisaje marítimo en el Parc de la Estació cobra una dimensión para algunos aún desconocida.
Quizás se debía a la distancia prudente que siempre me alejaba de la ballena, o una inadmisible falta de atención: no lo sabré jamás. Pero ayer, pasando en bici, logré formular su cara, y mientras miraba cada una de sus partes, sobresalió una que yo ignoraba, creyéndola interior a la figura misma: su ojo. Al darme cuenta de esto, no pude más que dejar la bici a un lado, y acercarme como nunca antes lo había hecho. No hubo respiraciones profundas, no hubo sentimiento de anonadamiento: era la impresión de un gigante dormido incluso del sueño. Me acerqué, y allí estaba, antes invisible para mí: el ojo primitivo de la figura geométrica mitológica (vaya cantidad de calificativos).
Como ya lo comenté en alguna entrada, el parque es un paso obligatorio en mis senderos habituales. De allí salto a la estación de bicing, o llego a la estación de metro. Por este motivo, siempre me encuentro con la figura, y no puedo dejar de observarla así sea momentáneamente. Y precisamente ayer, luego de haber contemplado las posibilidades epifánicas de ciertos momentos de nuestros trayectos, aparece frente a mí el objeto que implica necesariamente la apertura de los ojos: el ojo mitológico, apresado por el tiempo y de oscura e indefinible pupila. Me pregunto qué habrán visto estos ojos cuyo ángulo siempre ha sido el mismo: me conformo con saber que cuando llueve de ellos sale agua que ha atravesado todo el cuerpo. Y no, no caeré en el recurso común de decir que son lágrimas, porque me parecería una salida más bien cursi. Me gustó el ángulo desde el cual lo observé porque no había nada dentro: un abismo que comienza desde las erosiones que rodean la mirada hasta los más oscuros y tenebrosos recuerdos de cuando el mar y cuando la tierra. Recuerdos, por demás, fosilizados, incomunicables a través de la mirada ciega.
De alguna manera, hay algo que asemeja esa mirada de la del mamut. Esa mirada incolumne que atestigua el paso del tiempo, la creación de paisajes a pesar de sí mismos. Lo fantástico y lo marítimo, desde lo mitológico hasta lo prehistórico: dos parques que son dos constelaciones del paseante barcelonés.

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