El cuento, una calle con salida
Hace diez días, más o menos el mismo tiempo que llevo alejado del Blog, Carmen me contó dos anéctodas que sacuden la curiosidad y el espanto. La primera: bajaba en bici por la calle Enric Granados, y no pudo ver la camilla que salía detrás de la ambulancia. El choque no se hizo esperar. Cuando regresó su mirada sobre la camilla, pidiendo disculpas, vio el cuerpo envuelto en una bolsa plástica. Era una bolsa pequeña, casi en posición fetal. Pensó que se trataba de algun viejito que llevaba muerto un par de semanas en su casa.
Dos días después, saliendo de la casa con Rodrigo. Ven que un viejito maltrata a su pareja, llevándole la mano hacia la nariz con tal intensidad que casi le golpea la cara. Se acercan, y le dicen que sea más suave. Dice entonces: "Llevo 20 años cansado de esto. ¡Muéstrales la mano, muéstrala! Esto no lo aguanto más. Ella se limpia la caca con la mano." Mientras tanto, la viejita a duras penas dice que ella no hace nada. Pero inevitablemente la fuerza del viejo deja la mano a visión apenas certera, y tiene una mancha café en la mano.
Yo más de una vez he visto viejitas que sacan comida de la basura para satisfacer un hambre que seguramente lleva meses esperando. Una sacó dos pedazos de pizza de una caja; otra sacó dos helados enteros de una caneca de las Ramblas. Una vez una viejita me confundió con un médico en una fila del supermercado, y me preguntó por su caso en la cabeza, mientras me mostraba una coronilla atestada con piojos.
Pienso entonces en que quizás hay que darle la oportunidad a escribir cuentos, para así librarse de la disculpa de ser un largo conversador cuando se escribe un proyecto de novela. El cuento es caminar una calle, y tener la esquina como escenario revelador. La novela es caminar la ciudad entera, y encontrar la cortina que revela el secreto al llegar al centro del laberinto. Claro, a veces damos la vuelta grande para comprar el pan, y así aprovechar que podemos comprar el periódico en el camino. Pero a veces solamente queremos salir del ascensor y volver a él cuando sigue en el primer piso, la baguette bajo el brazo, y el desenlace del cuento al abrir de puertas.
Comentarios
Dices bien, necesitamos desenlaces inmediatos. Se está fraguando uno: la tarde lluviosa, la oficina desierta, alguien cierra la puerta por fuera y me quedo dentro. Ya no estoy en un edificio, estoy en el vientre de un animal ¿Qué hago?
Cuando quiero ser breve se me ocurre que el horror irrumpe en todos los finales, por eso prefiero la novela. Es una opción. En el laberinto se pierde uno con la esperanza de que la muerte no le siga los pasos.
Tiempo sin visitarte, amigo. El abrazo, pues, más largo que de costumbre.
Saludos,
RF