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Mostrando las entradas de junio, 2007

Desde Bogotá

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Cuarto día en Bogotá. Es una extraña sensación, máxime teniendo en cuenta no haber vuelto al blog desde entonces. Hay un perpetuo ejercicio que consiste en saber acerca de lo que escribiré cuando vuelva a él, desde tierras bogotanas; de lo que debo decir, de lo que debo creer, de lo que debo ver. La visión siempre se nubla cuando estoy en Bogotá, debe ser la sabana con su fino manto nebuloso, o de la fina llovizna que García Márquez dice que cae en Bogotá desde el siglo XVII. Chiste ancestral: cuando Gonzalo Jiménez de Quesada y sus tropas llegaron a los cerros bogotanos, dijeron: “Esperaremos acá hasta que escampe”. Y aquí seguimos. En Barcelona y en Europa tenemos las estaciones, y eso explica comportamientos precisos, meticulosos, psicológicos. Acá carecemos de estaciones, pero hace dos días estuve en un lago casi veraniego a 24 grados de temperatura, y a dos horas de Bogotá; acá no tenemos estaciones, pero sí contamos con la fina y templada lluvia capitalina, que creo que ninguno

El sentimiento del mar en el Parc de la Estació del Nord

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El Parc de la Estació del Nord goza de una extraña atracción. Hace un par de meses venía en bici con un amigo (que por cierto hace poco zarpó de Barcelona) desde la universidad, y pasamos por el Parc, que se convirtió en un pasadizo obligatorio cuando tenía que volver desde la uni de esta manera, o cuando quiero tomar la estación de metro Arc de Triomf. Él, que ya llevaba muchos años montando en bici, me confesó que desconocía este parque. Yo creo que pasé a través suyo muchas veces, y aún así no lograba caer en cuenta de que definitivamente estaba pasando por allí. Quizás ahora lo veo mejor porque con el sol veraniego, el azul celeste de la larga y aplastante escultura que allí se encuentra cobra su verdadero valor como pieza de land art . Sin saber a quién pertenecía, sin saber su nombre o su pretensión, intenté descifrar, como lo vengo haciendo con muchos espacios de Barcelona, el elemento persuasivo que allí me contenía. Y entonces lo supe, con una sinestesia salada en mi pensamien

Una sencilla invitación

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Los lectores esporádicos de mi blog habrán visto alguna vez los links que sugiero en la columna de la derecha. Quizás habrán visto que estaba intentando llevar otro blog, Leyendo a Dédalo , en el que pretendía escribir cortas reseñas acerca de los libros que más me hubieran llamado la atención. Los mismos lectores habrán visto que fue un intento fallido, en la medida en que duró más de dos meses con una sola entrada. Pues bien, lo he cambiado. Ahora pondré, las veces que sea necesario, las citas que me llamen la atención, sea de cosas que haya leído hace mucho, o de cosas que estoy leyendo en este momento. En la labor de rastrear a Dédalo, es necesario disertar alrededor de lo leído; pero también es necesario sentir cierta experiencia estética frente a la cita como tal, que es leer el mapa con el inconcluso ejercicio de no intentar descifrarlo analíticamente. En este nuevo intento, los invito entonces a ojear, cuando les venga en gana, estas citas escritas por todos los Dédalos que de

Poe

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Las bibliotecas movibles son un verdadero espanto, una pesadilla inconmensurable. En el piso subterráneo de la biblioteca de la sede de las Ramblas de mi uni, encontramos una larga y miedosa fila de estanterías, profunda y movible. Esta planta sólo es consultada esporádicamente; y cuando se consulta, no se permanece allí más de cinco minutos, los que toma encontrar el libro. Es un espacio sin luz natural, solitario, algo misterioso por el constante ronroneo del computador que accede al catálogo, y la sensación estática que se respira. Y allí están las estanterías movibles. Cuando me es necesario introducirme en la longitud de sus pasadizos, empiezo a hacer toda clase de ruidos, zapateo constantemente, toso cada cuatro segundos, tarareo alguna canción, para que cualquier persona que vaya a mover la estantería sepa que me encuentro allí metido, y que no me aplaste en su movimiento. Sé que estoy exagerando: de cerrarse sobre mí la estant ería, alcanzaría a gritar, a decir algo, con tal de

Regreso al metro

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Dada la nueva ubicación de mi casa, me es completamente necesario descubrir las distintas maneras en que puedo llegar a ella, ya sea en bici (buscando estaciones de bicing, en donde puedo tomar o dejar la bici tomada), bus o metro. El bus lo tengo claro, ya que está a dos cuadras: la línea 41 que en una media hora me deja a dos cuadras de la uni, pero que cuenta con la gran alegría de que la estación de regreso queda exactamente al frente de mi casa. Siempre que veía estaciones así, pensaba en la alegría de aquél que, una vez su hubiera bajado del bus, se encontraría de frente con su hogar. Ahora, este es mi caso. No hay mayor novedad, no obstante, con la línea de bus: es la 41, la misma que a veces tomaba para ir a mi casa en Viladomat. Sin embargo, lo que ha cambiado definitivamente es el metro. Cuento con la L1, que atraviesa parte de la ciudad transversalmente, acercándome a Plaza Universitat, Plaza de Cataluña, Urquinaona y Arco del Triunfo en menos de quince minutos. La estación

Un viejo desnudo

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Ayer en la tarde, cruzando Pelayo entre una inmensa multitud, me encontré de frente, en medio de la masa que venía, a un viejo completamente desnudo caminando tranquilamente. No sobra decir que es impactante, máxime reconociendo la longevidad (no puedo pensar en otra palabra) de su miembro viril, acompañado por el aire atrevidamente tranquilo en el que transcurría su andar. Ya María me había comentado que lo había visto, y pensé en que sería algún loco sin mayor envergadura (nunca mejor utilizada la palabra), y que ya debía estar bajo cuidado de algún centro de detención o, por lo menos, bajo el amparo de unos pantalones y una camisa veraniega. Al terminar de cruzar la calle, me di cuenta de que el viejo no había alcanzado a cruzarla, y estaba esperando entonces a que el semáforo se pusiera en rojo. Todos alrededor reaccionaban de la misma manera: desde aquél que busca la cámara escondida, aquél que espera la intervención de la policía, o incluso cualquier otro que aplaude la actitud l

La multitud, el fuego, la foule

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Lecturas para la tesis me han dejado postrado, una vez más, frente a una idea que siempre será digna de análisis y de divertimento absoluto: la multitud. Leídos algunos artículos de Benjamin sobre Poe y Baudelaire ("The man in the crowd", del primero; "À une passante", del segundo), viene a mi, con toda la fuerza, la posibilidad performativa: encontrar una masa en Barcelona. La masa, la foule más horriblemente seductora que he visto, autómata e impávida, ignorante y atrevida, pasional y olorosa, fue en las calles de Hong Kong, hará un par de años. Fue desde una tienda de ropa, y la escena fue tan deslumbrante que tuve que hacerle una foto para recordar lo que era una masa humana después de esperar durante dos o tres minutos mientras cambiaba el semáforo de peatones- es un ejemplo fácil, máxime sabiendo que en China todo es hiperbólico. Sentí tranquilidad de no estar en ella; y, desde la vitrina, contemplé pausadamente su marcha ciega. Desde la vitrina busco ese es

Unas llaves antiguas

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Estamos instalados definitivamente en una casa luego de que tenemos bajo nuestra posesión sus llaves. La verdad, jamás me había fijado mucho en ellas, más que en sus distintos colores (la llave de mi casa en Bogotá es azul) y servicios. Pero lo que sucede es que las llaves modernas son aburridas, en medio de su hierro curvilíneo y diseños de láser. Esto lo digo, ahora, que las llaves de mi nueva casa son antiguas, de un color amarillento difícilmente olvidable, largas y toscas como desde siempre han debido serlo. Su figura larga y maciza, diferente de cualquier otra llave que he tenido, me recuerda aún más que estoy en una nueva casa. Durante mi primer año en Barcelona, llevé en el mismo llavero las llaves de mi nueva casa y las de mi casa de Bogotá; de alguna manera, este ritual me obligaba a recordar que tenía otra casa, a lo lejos, y que esa llave me permitiría ingresar en ella cuando volviera. Al regresar, durante mis primeras vacaciones, el año de espera valió la pena: abrí la pue

Un purgatorio particular

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Estar de mudanza o de trasteo es atravesar el purgatorio. Aún más: mudarse a un quinto piso implica necesariamente ascender la montaña del purgatorio. Algunos dicen que es un infierno, pero entendido de manera más precisa, estamos sujetos a la temporalidad, en la medida en que, si te echas un sofá al hombro, y comienzas a subir las escaleras, ineludiblemente llegarás al quinto piso . La preocupación-y he aquí el por qué no puede ser un infierno, un lugar donde no transcurre el tiempo-más grande de la mudanza es el cuánto tardaremos, cuánto tiempo nos tomará subir las escaleras, ¿cabrá la lavadora en el ascensor?, mierda, dejé el destornillador en la otra cosa, imposible desmontarlo para poder subir más fácilmente, a las escaleras. Igual que la montaña del purgatorio: se puede subir en cinco minutos, así como podemos tardar una hora y media. Y, como es bien sabido, un minuto de mudanza equivale a un año completo de vida normal, como bien creo que sucede en la montaña purgatorial. Pero

El metro

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El metro barcelonés, con sus usuales retrasos y viento recalentado. Esta mañana me vi en la obligación de tomar el metro porque debía estar temprano- como lo estoy ahora mismo- en la universidad. Cuando no hay tiempo, cuando no hay divertimentos, siempre podemos contar con el metro . Venía oyendo el disco Dopádromo de los Babasónicos, y entonces la música, ese conductor sentimental, me condujo por los senderos subterráneos hacia otro yo, hacia otra ciudad y hacia otro tiempo. Hace ya casi diez años, conocí París; llegué, entre otras cosas, con un casette grabado por unos amigos, y una agenda en la que debía anotar meticulosamente todas mis impresiones. Estos dos objetos se convirtieron para mí en botes salvavidas en un constante mar de leva. Mis pretensiones, apenas evidentes cuanto más ingenuas, consistían en recorrer el metro a través de una óptica cortazariana que me permitiera perseguir , sin caer en cuenta de que yo, en últimas, era el verdadero perseguido por todo lo que había d