La multitud, el fuego, la foule
Desde la vitrina busco ese espacio en Barcelona donde pueda ver a la foule baudelariana, la crowd de Poe, que me permita situarme respecto a la multitud, conocer sus secretos, imaginar sus desvaríos. Somos tontos quienes, en horas de esparcimiento doméstico, optamos por quedarnos en casa viendo la tele, cambiando de canales sin sentido, esperando la brisa que apacigüe el calor naciente y olvidando el paso del tiempo. Lo necesario es desplazarnos hasta la multitud, formar parte de ella hasta llegar al café, y luego sentarnos del otro lado del vidrio, y ver su pa
so deambulatorio.
Una vez un profesor del colegio nos dijo en clase que el fuego era la televisión de los pobres, porque podíamos quedarnos mirando durante horas su proceso , la manera como acecha el leño grueso, como derrumba los castillos de carbón. Así contemplo ahora sus tres fases indistinguibles: el momento de ingnición, que es cuando la llama amarilla atraviesa ese bosque hecho miniatura; el momento de la multitud, que es cuando todos los leños arden al unísono, flanqueando esquinas invisibles en su lento crujir armonioso; y el momento de la pasividad, cuando solo queda la brasa roja y alguna que otra llama que decide salir para ver el laberinto atravesado. La cuarta no forma parte: es el silencio y el negro.
La tele aún no me funciona, y la chimenea de mi nuevo hogar es un artificio para conectar fuegos de mentira (rabiosa imitación). Desde mi ventana no hay multitud, pero saldré a su cacería, y así pasar los ratos largos, solitarios o imaginativos.
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Una vez un profesor del colegio nos dijo en clase que el fuego era la televisión de los pobres, porque podíamos quedarnos mirando durante horas su proceso , la manera como acecha el leño grueso, como derrumba los castillos de carbón. Así contemplo ahora sus tres fases indistinguibles: el momento de ingnición, que es cuando la llama amarilla atraviesa ese bosque hecho miniatura; el momento de la multitud, que es cuando todos los leños arden al unísono, flanqueando esquinas invisibles en su lento crujir armonioso; y el momento de la pasividad, cuando solo queda la brasa roja y alguna que otra llama que decide salir para ver el laberinto atravesado. La cuarta no forma parte: es el silencio y el negro.
La tele aún no me funciona, y la chimenea de mi nuevo hogar es un artificio para conectar fuegos de mentira (rabiosa imitación). Desde mi ventana no hay multitud, pero saldré a su cacería, y así pasar los ratos largos, solitarios o imaginativos.
Comentarios
Esa foto tuya me despierta aprensión de agorafóbico y una vaga misantropía. A las multitudes hay que mirarlas detrás del cristal, y mejor en días de lluvia. Ya sabes la canción “Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú… etc.”… Nada que ver con el “misterioso goce de la multiplicación de los números” que decía Baudelaire…
Saludos y parabienes por este hermoso post…