Unas llaves antiguas

Estamos instalados definitivamente en una casa luego de que tenemos bajo nuestra posesión sus llaves. La verdad, jamás me había fijado mucho en ellas, más que en sus distintos colores (la llave de mi casa en Bogotá es azul) y servicios. Pero lo que sucede es que las llaves modernas son aburridas, en medio de su hierro curvilíneo y diseños de láser. Esto lo digo, ahora, que las llaves de mi nueva casa son antiguas, de un color amarillento difícilmente olvidable, largas y toscas como desde siempre han debido serlo. Su figura larga y maciza, diferente de cualquier otra llave que he tenido, me recuerda aún más que estoy en una nueva casa. Durante mi primer año en Barcelona, llevé en el mismo llavero las llaves de mi nueva casa y las de mi casa de Bogotá; de alguna manera, este ritual me obligaba a recordar que tenía otra casa, a lo lejos, y que esa llave me permitiría ingresar en ella cuando volviera. Al regresar, durante mis primeras vacaciones, el año de espera valió la pena: abrí la puerta con esa llave azul que cargué durante tanto tiempo.

Pero hay algo que me parece sumamente atractivo de estas llaves. Estas llaves antiguas llevan una ciudad dentro suyo: su cabeza asemeja el skyline de cualquier ciudad. Al llegar a esta nueva casa, encontré en esquinas llaves antiguas, pero desconocía su cerradura. Intenté abrir puertas con ellas, intenté abrir puertas comunitarias, pero ninguna se correspondía (una vez, caminando hacia un bar, encontré al lado de un árbol una llave amarilla. Desconocía su procedencia, estaba mugrienta por los días que llevaba a la intemperie. Asumí que alguna puerta de esa cuadra anhelaba la llave perdida; es una simple y tonta analogía del amante perdido).
No me sorprende, ahora que he estado buscando por internet distintas llaves antiguas, que haya personas dedicadas a coleccionarlas: determinan paisajes exóticos, skylines perdidos en ciudades que sólo habitan en ellas, y que sus masas y actividades están ocultas para todos: sólo entran en un dinamismo en el momento en que encajan con la cerradura señalada. Las llaves maestras gozan de un libertinaje atrevido, siendo capaces de entrar aquí y allí causando los mismos estragos. Pero a cada llave se le destina cada cerrojo.
Ayer en la noche saqué del llavero la llave de Martina. Es triste, pero implica necesariamente que me he olvidado de ella. Cargará quién sabe durante cuánto tiempo con esa cadena que, a su vez, añorará esa llave que guardo acá con cariño, recordando esa ciudad misteriosa que me instó a conocer una y otra vez.

Comentarios

JML dijo…
Amigo Hoyos…

Te veo con la llave en la mano, ante tu antigua casa, emocionado como un bohemio sefardí que regresa al domicilio de sus antepasados con una llave centenaria. Yo también anhelo esas llaves viejas que, perdida su función de abrir puertas, nos quedan como amuleto, o al menos como fetiche de moda retro. ¡Ah de aquellas cerraduras, de aquellos ojos del culo por los que se podía espiar la soledad de una ninfa desnuda!

Saludos, gracias por la visita y que le vaya bien en su nuevo domicilio
Camilo Hoyos G. dijo…
Espero que "la nueva morada" traiga sus frutos benévolos, y esto implica una placentera existencia de las llaves. ¡Gracias por el comentario! Y ya, salido de la mudanza, mis visitas serán recurrentes.

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