La topología del ojo
Desde hace unos diez días he estado visitando la óptica universitaria, al lado de la uni, en una hasta el momento imposible búsqueda por lentes de contacto. Recuerdo, cómo no, la misma experiencia en Bogotá: probarme cada día un par nuevo, sólo para darme cuenta-o recordar, porque es algo que fácilmente puedo olvidar- que la topografía de mi ojo derecho no es completamente esférica, produciendo así un giro del lente del contacto sobre el ojo, impidiéndo a su vez una mirada cristalina. No deja de llamar la atención el momento mismo en que el lente gira: es como una lenta progresión hacia la distorsión de las imágenes, y me convenzo cada vez de que estoy mirando a través de un lente deformador. Intento cada vez dar la descripción más acertada de la manera como veo con los lentes: una mirada desequilibrada- cuando siento que veo mejor por el ojo izquierdo que por el ojo derecho-, una mirada desértica -cuando por cualquier motivo, sea por las horas o por el clima que el lente reseca el ojo-, o simplemente una mirada indolente, que es cuando todas las imágenes pierden sus bordes, sus límites y sus formas. Cuando me quito los lentes, miro al frente mío: el aire se convierte en agua, porque las figuras toman las mismas formas que cuando, de pequeño, nadaba por debajo del agua con los ojos abiertos.
Lo de la topografía del ojo lo supe en Bogotá, luego de que me sometieron a un examen bastante sencillo, contrarestando así los gráficos que la máquina encargada imprimía al final: un círculo con distintos colores, y un pequeñísimo valle en el costado izquierdo. Ayer le confirmé a la optómetra que a veces, precisamente cuando el lente no estaba girado sobre el ojo, sentía ver mejor con el derecho que con el izquierdo. Entonces proyectó un círculo negro sobre la pared, y me pidió que, con las manos, formara un triángulo rodeando el círculo. Así lo hice, y lo que después hizo ella me dejó medianamente consternado: me tapó el ojo derecho, y el círculo desaparecía del triángulo; cuando me tapaba el izquierdo, el círculo seguía en los dominios de la figura geométrica. Me explicó que si bien el cerebro recibe la mirada a partir de los dos ojos, siempre hay uno que predomina; mi caso, luego de este pequeñísimo ejercicio, que bien puede ser un juego infantil, es que mi ojo derecho ve más que el izquierdo, pero que, dada su topografía e impedimento por tener un lente de contacto preciso, no logra satisfacer a cabalidad las necesidades para ver bien.
Es bien sabida la obsesión de los surrealistas por el ojo, por el ojo cerrado, o por el ojo como figura geométrica. El ojo cerrado que permite la visión hacia otra realidad, el ojo cerrado que determina la veracidad de la mirada interior, aquella que se hace con el tercer ojo. Basta con recordar el fotomontaje del numero 12 de La révolution surrealiste, para ver cómo el ojo de Man Ray logró definir al grupo surrealista con los ojos cerrados. No ver a la mujer secreta, a la mujer escondida en el bosque, es precisamente verla con la mirada interior. Para los surrealistas salir a caminar por la ciudad es lo mismo que hacía el caballero cuando salía al bosque: ir en busca de la aventura, ir en busca del amor.
Mi ojo derecho busca en la ciudad una aventura espontánea, azarosa, relampagueante. Pero también es el ojo derecho el que, con los lentes, encuentra más barreras hacia la visión. MI ojo, como un planeta suspendido en los límites de una hoja impresa, como un vasto espacio por conquistar, por orbitar. Quizás es esa la verdadera manera de encontrar a la mujer que se esconde en el bosque.
Lo de la topografía del ojo lo supe en Bogotá, luego de que me sometieron a un examen bastante sencillo, contrarestando así los gráficos que la máquina encargada imprimía al final: un círculo con distintos colores, y un pequeñísimo valle en el costado izquierdo. Ayer le confirmé a la optómetra que a veces, precisamente cuando el lente no estaba girado sobre el ojo, sentía ver mejor con el derecho que con el izquierdo. Entonces proyectó un círculo negro sobre la pared, y me pidió que, con las manos, formara un triángulo rodeando el círculo. Así lo hice, y lo que después hizo ella me dejó medianamente consternado: me tapó el ojo derecho, y el círculo desaparecía del triángulo; cuando me tapaba el izquierdo, el círculo seguía en los dominios de la figura geométrica. Me explicó que si bien el cerebro recibe la mirada a partir de los dos ojos, siempre hay uno que predomina; mi caso, luego de este pequeñísimo ejercicio, que bien puede ser un juego infantil, es que mi ojo derecho ve más que el izquierdo, pero que, dada su topografía e impedimento por tener un lente de contacto preciso, no logra satisfacer a cabalidad las necesidades para ver bien.
Es bien sabida la obsesión de los surrealistas por el ojo, por el ojo cerrado, o por el ojo como figura geométrica. El ojo cerrado que permite la visión hacia otra realidad, el ojo cerrado que determina la veracidad de la mirada interior, aquella que se hace con el tercer ojo. Basta con recordar el fotomontaje del numero 12 de La révolution surrealiste, para ver cómo el ojo de Man Ray logró definir al grupo surrealista con los ojos cerrados. No ver a la mujer secreta, a la mujer escondida en el bosque, es precisamente verla con la mirada interior. Para los surrealistas salir a caminar por la ciudad es lo mismo que hacía el caballero cuando salía al bosque: ir en busca de la aventura, ir en busca del amor.
Mi ojo derecho busca en la ciudad una aventura espontánea, azarosa, relampagueante. Pero también es el ojo derecho el que, con los lentes, encuentra más barreras hacia la visión. MI ojo, como un planeta suspendido en los límites de una hoja impresa, como un vasto espacio por conquistar, por orbitar. Quizás es esa la verdadera manera de encontrar a la mujer que se esconde en el bosque.
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