Esperando a Morfeo

Mi sueño, como intuyo que el de cualquier otro mortal, es caprichoso. Hay épocas en las que lo concilio de inmediato, sin siquiera pensar que me estoy durmiendo; pero hay otras en las que me veo como un espectador pasivo en el juego que necesariamente implica la llegada del sueño, como me ocurrió precisamente anoche. Ya había pensado en escribir algo que estuviera relacionado con la llegada del sueño, y ayer, precisamente, experimenté de nuevo lo opuesto a aquello sobre lo que quería escribir, que es la pasividad absoluta, la gélida situación que es estar en cama, durante más de dos horas, a la espera, no precisamente de Godot, pero en este caso de Morfeo. Y no, no me refiero al insomnio, porque éste tiene un lenguaje en particular que, ajeno a toda lógica, nos debilita en el momento de enfrentarlo: las decisiones son imperceptibles, nos sentimos desahuciados, como niños pequeños. Pero ayer fue distinto, porque en realidad quería dormirme, luego de haber sentido que el sueño estaba llegando mientras trabajaba al frente del computador, para luego de haber leído una treintena de páginas de una novela de Carpentier, haber cerrado los ojos sin la más mínima intención por parte de mi cuerpo de caer en ese estado placentero.
Sin embargo, intenté atraerlo, e hice lo que siempre hago cuando no veo alguna película, que es escuchar música. Sé que a muchos los audífonos les molestan, pero yo he logrado adquirir la costumbre apenas perfecta de entrar en sintonía con la música, y al decir ésto también me refiero al aparato como tal, y sentir cómo se me van yendo las luces. Ese momento goza de una perfección sin precedentes. Nunca escojo qué pensar cuando cierro los ojos, pero siempre llega algo a la mente. Estoy inmerso en pensamientos lineales, hasta que de repente, como un invitado que se ha hecho esperar, aparece la imagen onírica, la frase del soñador. Pero para el momento que detecto esta presencia, aún no he conciliado el sueño: es entonces cuando caigo en cuenta, aún despierto, de que ya comenzó el proceso del dormir, y sé que no falta mucho para quedar completamente fulminado ante la noche oscura. Es estar acompañado en cama.
Ayer hubo en Barcelona una noche tan despejada que me fue necesario cerrar las persianas para que la luz de la luna llena no me molestara. Ignoraba que, horas después, esa luna eclipsaría en el cielo de la sabana bogotana. Vi las fotos hoy. La luna opalina que fue testigo de mi actividad nocturna.
Luego de poner un disco de Soda Stereo, creo que concilié el sueño durante una veintena de minutos-es una ventaja al escuchar música, porque somos conscientes, al contar las canciones que han pasado, del tiempo que hemos estado desconectados. Es la fiesta que continúa a pesar de nuestro sueño, como todas las acciones que continúan aún cerrando los ojos. Pero también no hay nada más terrorífico que seguir viendo incluso con los ojos cerrados: figuras geométricas, manchas dentro de la carne del párpado. Me sucedió en la playa hace unos días: cerré los ojos, y a través de mi propia carne dinstinguí la esfera perfecta del sol. Me fue necesario abrirlos, porque no contemplo la posibilidad de cerrarlos y aún conservar imágenes físicas.
Me levanté de la cama, salí a la terraza a fumar un cigarrillo, alcancé a escuchar la conversación de algunas vecinas- "Siempre que compro el Cola Cao me entran las ganas de hacer dieta"-, y veía la luna opalina. Volví al cuarto, encendí el computador, estuve viendo cosas sin sentido. Hasta que, como un reto apenas ancestral, volví a la cama a llamar al sueño. Y ésta fácilmente puede ser la situación más patética: un jugador con una raqueta a un lado de la cancha, mientras que la otra está solitaria. La malla está templada, pero al lanzar la pelota no habrá quién responda del otro lado.
Claro, conciliar el sueño es un juego, es quizás el más antiguo de los sueños, porque estamos en compañía de alguien más que no somos nosotros, sino una versión ancestral de nuestro propio cuerpo. Ese cuerpo que de repente es otro, que se va yendo entre las grietas de un mundo telúrico, de un mundo sacudido por el tiempo, para, horas después, salir de él con las últimas hilachas de un sueño que no podemos comunicar, porque pertenece a ese otro viajero, al que dejamos de ser.

Comentarios

JML dijo…
Amigo Hoyos…

…continúo aquí. Vengo de la canción al laberinto. Estoy de acuerdo contigo, conciliar el sueño es como esperar a alguien. Nunca dormimos solos. Música, lecturas, juegos y delirio son nuestro equipaje de mano… y a veces también el azar, que hermana nuestros desvelos.

Cuando Morfeo llega tarde el sueño se convierte en nostalgia.

Saludos insomnes…
ricardo flores dijo…
Caer en cuenta, aún despierto, que ya comenzó el porceso del dormir, y que no falta mucho para quedar fulminado ante la noche oscura, se parece bastante al momento preciso en que se manifiesta, cruel y definitivo, el insomnio. Y el insomnio es el infierno. Es ese permanente caer en cuen que. Precisamente porque nos impide conocer a ese otro viajero, a esa versión ancestral de nosotros mismos que, delgún modo misterioso, nos salva de lo que somos en la vigilia.
Notable post.
Lo leo con la envidia de un insomne.
Saludos,
RF
Camilo Hoyos G. dijo…
¡Muchas gracias por los comentarios!

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