El secreto de Emma de Barcelona

Jamás había visto un jardín así de escondido. Más de una vez había pasado por esa misma calle, subiendo en contravía en bici, apenas a una cuadra de la estación más cercana, y sí había visto la obra, las mallas largas y polvorientas, y algunos trabajadores azotando el pavimento con pesadas máquinas, pero jamás supuse que detrás de esa puerta metálica se escondía un secreto absoluto. Secreto puesto que jamás esperaría ver esa estatua de mujer meditabunda, con los brazos en cruz, encerrada en un círculo exhuberante de verdor, con la mirada perdida en alguna parte del horizonte cortado. La monja Emma está en un escenario circular, y sorprende que el caminante que descubre el jardín no la descubrirá a ella hasta situarse desde un ángulo preciso. Todo el ambiente es misterioso: una pequeña entrada desde la Calle Comte Borrell, difícilmente apreciable sino es para quien va en bici o caminando, y cuenta con algunos segundos para entrar por el largo corredor de carretera destapada para encontrarse con esa minucia de espacio difícilmente reconocible como un parque público. Iba yo un poco de prisa, pero me llamó la atención una moto que aceleraba; al voltear la cabeza, noté la entrada, y algunas personas sentadas a lo largo de sus bancas. No lo pensé dos veces, esperando que el destino me tuviera deparada una aventura, sobre todo una imaginal, que es en gran medida la que me gusta encontrar en el bosque de las calles barcelonesas. Pensé en todos esos espacios privilegiados precisamente por su ubicación esporádica, lejos de una civilización turística o de manuales de turismo, desposeídos del chiringuito para el inglés que desea una tercera cerveza o el francés que cree haberlo visto todo. Inmaculada, Emma pasa sus horas con la mirada reposada sobre el círculo que le impide ver la calle. Desde el siglo IX no sabe qué ha sucedido con la ciudad, a duras penas reconocería un grupo de personas caminando. Las horas pasan, encerrada en ese nicho verde, con edificios a su alrededor y algunos conocidos que desean encontrarse con alguien en una de las pocas bancas que están a disposición del público. Entré, tomé un par de fotografías, y volví a salir, convencido esta vez de haber descifrado un misterio más de la calle Comte Borrell, que no es más que un ápice de todo lo que, espero, nos sigue teniendo reservado Barcelona.

Comentarios

La abadesa Emma se ve aún joven, aunque debían tener al menos 40 años para alcanzar el cargo. Que buen descubrimiento. Me intriga la posición de sus brazos. Bellas fotos.Saludos.
Camilo Hoyos G. dijo…
Caborca, gracias por tu comentario. La verdad es que sí fue un buen descubrimiento, y no deja de ser misteriosa esa posición de los brazos. A mí también me intriga el porqué cerrar todo el círculo de plantas alrededor del círculo. ¿Descuido de jardinero, o doblemente velada la cruz de las manos?
@slz_ dijo…
e ese parqueuna vez violaron a una niña a plena luz del dia de un domingo y nadie reaccionaba, pensaban que estaban de novios.
ricardo flores dijo…
Hereje, me enamoré de Emma a la distancia.
Saludos,
RF
tzesire dijo…
La imagen pertenece a la mare de deu de la serp, o a la inmaculada concepción y formaba parte del claustro de una residencia de las hermanitas de los pobres

http://w10.bcn.es/APPS/gmocataleg_monum/FitxaMonumentAc.do?idioma=ES&codiMonumIntern=398&cerca=null
Camilo Hoyos G. dijo…
Gracias por la aclaración, Tzesire. Esto intenta iluminar el secreto de Emma de Barcelona.
Anónimo dijo…
Emma de Barcelona ya era abadesa a los 18 años, por eso se la representa de joven en la estatua. Os transcribo la información de la Wikipedia. (Os recomiendo que visiteis los monasterios que construyó Guifré el Pilós para sus dos hijos, el de Sant Joan de les Abadesses y el de Santa Maria de Ripoll).

Emma de Barcelona (circa 880 - 942) fue una destacada religiosa catalana que dio un fuerte impulso a los monasterios de Cataluña. Era hija de Wifredo el Velloso (Guifré el Pilós) y de su esposa Guinedilda, condes de Barcelona.

En el 885, Guifré fundó el Monestir de Sant Joan de les Abadesses con el objetivo de que fuera uno de los núcleos propulsores de la repoblación de las comarcas centrales de Catalunya. Emma fue destinada a este nuevo cenobio como abadesa. Mientras fue niña, sus acciones estuvieron guiadas por Guifré y por la comunidad de canónigos que, probablemente, residía ya en el cenobio. Tras la muerte de su padre en el 897 se encargó personalmente del gobierno del monasterio. El primer documento escrito que acredita este dato es de 898. Identificada con su cargo y dotada de una visión y energía excepcionales, Emma cumplió con gran eficacia la misión que tenía encargada el monasterio.

Activó la repoblación del valle de Sant Joan, pero su acción llegó más allá en puntos estratégicos, hacia el Vallès y el Berguedà. Envió personal excedente del valle de Sant Joan, ya saturada y tal vez también a gente que bajaba de las comarcas del alto Pirineo. Emma fue adquiriendo pequeñas o grandes propiedades con las que el monasterio llegó a tener un territorio equivalente al de un condado. Su soberanía era también parecida a la de un conde: por concesión de su padre sus dominios estaban exentos de toda interferencia de los condes vecinos a los que se supo oponer con resistencia.

Su acción no se limitó a realizar un trasvase mecánico de población. Con la construcción de iglesias, ponía en los nuevos pueblos una presencia espiritual y establecía elementos de cohesión. Consiguió de un concilio la corroboración de sus derechos sobre las parroquias situadas dentro de sus dominios. En el monasterio de Sant Joan, estableció un scriptorium en el que se confeccionaban los libros litúrgicos con los que proveía a los nuevos templos. Detrás de la amplia actuación económica y política de Emma siempre hubo un espíritu cultivado y ferviente.
Anónimo dijo…
por unas semanas dejaron a las espaldas de la estatua un aguíla tallada en cera, del tamaño de un palmo grande

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