Sobre la carta de amor

La carta de amor verdadero es la efigie de la vida. Existen pocos textos de los cuales se puede depender tanto. Cuando el novelista escribe por supervivencia, lo hace para salir del abismo: el amante escribe su carta para no caer en él. La carta de amor entonces toma dos caminos: el de la comprensión y el de su recepción. Tristes historias hemos oído de la carta de amor que nunca llegó a su destinatario, clausurando así un amorío apenas naciente, una pasión emergente. Pero una vez la carta llega a los ojos del amado, se espera de él el juego de significación, la materia viva que implica necesariamente ser comprendido. Pero no todo tiene un color vivificante: la carta de amor siempre se moverá en la ambivalencia de la incomprensión. La carta de amor es el recuento de una experiencia amorosa, de un sentimiento latente. Cuando escribo una carta de amor, mi amada comprende mi sentir amoroso, mas no mi amor en sí, porque es inexplicable: sería un camino igual de intrincado al de escribir por qué me gusta el chocolate, puesto que sólo puedo expresar la experiencia.
La relación escrita entre el amado y la amante se plantea desde una hermenéutica amorosa. La errónea escogencia de una imagen puede zambullir el amor en el olvido, o tender a un sentir amoroso incomprensible. "Te amo como se aman las olas en invierno". Surge un silencio de la incomprensión, mas no del anonadamiento.
No me considero un arduo lector de poesía, pero no puedo más que rendirme siempre que leo un buen poema de amor. Los poemas amorosos son como los trajes de antaño: hay algunos que nunca volví a leer porque cuando confié en ellos, me mostraron lo contrario; hay algunos otros que no volví a leer, por miedo a que me sucediera lo que en ellos se decía. Hay otros que, como alguna imagen que usa Flaubert en Madame Bovary, cuando se desnudan pierden la calidez, como una canción que oímos en demasía.
Pero la carta de amor es otra cosa. La carta de amor es una puesta en escena que difícilmente podemos llevar a cabo. Se pueden dedicar poemas de amor, pero dedicar una carta de amor que ya ha sido dedicada, por nosotros mismos o por otro, sería traspasar un límite vedado, aquél del sentir amoroso ajeno. Sí, hay poemas dedicados, pero bien se ha dicho desde hace mucho que la poesía no le pertenece al poeta, sino al lector. Dedicar una carta de amor ya escrita es usar un disfraz sin permiso. Cuando el amante presta sus cartas de amor para otros amados, cae en su propia maldición, en la tragedia de la que nunca escribió. Quizás por esto es que siempre cargaré, con un dolor inmenso, la tragedia del gran Cyrano.

Comentarios

ricardo flores dijo…
Bueno, ahí está ese poema de pessoa:

Todas as cartas de amor são
Ridículas.
Não seriam cartas de amor se não fossem
Ridículas.

Também escrevi em meu tempo cartas de amor,
Como as outras,
Ridículas.
As cartas de amor, se há amor,
Têm de ser
Ridículas.

Mas, afinal,
Só as criaturas que nunca escreveram
Cartas de amor
É que são
Ridículas.

Quem me dera no tempo em que escrevia
Sem dar por iso
Cartas de amor
Ridículas.

A verdade é que hoje
As minhas memórias
Dessas cartas de amor
É que são
Ridículas.

(Todas as palavras esdrúxulas,
Como os sentimentos esdrúxulos,
São naturalmente
Ridículas).

Saludos,
RF
peregrina dijo…
no cartas de amor, con aromas y floressecas----mails---O tempora O mores!
Suscribo lo que dices. Y creo que sin el francés Gérard Depardieu difícilmente muchos habríamos sabido quién fue Cyrano. Curiosidad interminable por la vida que llevó. Deapardieu nació para representarlo. Creo yo.

Y a propósito leí hace poco un buen poema de amor de Meira del Mar. Se llama Resplandor


Nunca supe su nombre.
Pudo
ser el amor, un poco
de alegría, o simple-
mente nada.

Pero encendió
de tal manera el día,
que todavía dura su lumbre.

Dura.
Y quema.
Unknown dijo…
Bonito post amigo mio.
Salute
Anónimo dijo…
hmnnn arriésgandome a muchas cosas ....


Salinas, Salinas y Salinas...Pedro Salinas es el dueño de la poesía amorosa
Camilo Hoyos G. dijo…
Gracias por todos los comentarios. Comparto todas: lo ridículo, lo gélido y lo hirviente, todo. La puesta en escena que siempre implica, necesariamente, ser amante y amado en el mismo plano sensorial.

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